DURANTE años el Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) interpretó la política como una guerra y actuó en consecuencia, es decir, desarrolló una estrategia político-militar conforme a la cual, mientras que un grupo practicaba la denominada lucha armada, otras organizaciones desarrollaban diferentes tareas civiles. Esta estrategia la redefinió y concretizó ETA a mediados de los 70 para proseguir con su lucha revolucionaria en el marco de una democracia "burguesa". Fue durante la VII Asamblea, organizada por los polimilis, pero a la que se invitó a participar a representantes de ETA (m), cuando se analizaron diversas fórmulas sobre el desdoblamiento. Los milis plantearon que la organización armada debía permanecer como una estructura al margen de la actividad política. Así se evitarían caídas que, tal y como había venido sucediendo, pudieran llevar al desmantelamiento de los aparatos políticos, culturales, de propaganda o sindicales vinculados con ETA. Además, al no involucrarse en el día a día de la política y mantenerse como un aparato estanco, se podrían también evitar derivas reformistas y preservar el proyecto revolucionario de una organización que aún se autodenomina Organización Socialista Revolucionaria Vasca. Tras un proceso lleno de turbulencias, con sucesivas entradas y salidas de distintos grupos, el MLNV terminó configurándose en torno a la troika: ETA-KAS-HB.

En ese triángulo estructural, ETA asumió la posición de vanguardia armada mientras que KAS (Koordinadora Abertzale Sozialista) cumplió, en un primer periodo, una función de coordinación entre el aparato armado y otras estructuras políticas del MLNV. Más tarde asumiría funciones de bloque dirigente y tras la forzada disolución de Hasi y la detención de la cúpula Artapalo en Bidart, sus miembros se emplearon en tareas de militancia en distintas organizaciones del MLNV. Por su parte, HB, la Unión Popular, se ocupó de la representación institucional y de la acción política. Durante años no participó salvo esporádicamente en el Parlamento Vasco y estuvo totalmente ausente del de Madrid.

La planificación y el empleo de la violencia fue una constante desde la puesta en marcha de la fórmula "acción-represión-acción" con el objetivo de establecer un clima de violencia permanente. Tras el salto cualitativo de mediados de los 90, cuando se decidió "socializar el sufrimiento", el MLNV apostó por extender la persecución y el acoso a otros colectivos: políticos, periodistas, jueces, intelectuales... Más allá de las fuerzas de seguridad o de los empresarios, la represión revolucionaria se extendió a otros sectores sociales y el conflicto dejó de limitarse a un enfrentamiento que pivotaba sobre la acción armada de ETA. En lugar de ser un ratón se convirtió en un gato que perseguía a todos los ratones. Asimismo, con la kale borroka se procuró la elevación espectacular de los índices de violencia hasta hacer de aquella una presencia constante en la sociedad vasca. Ante los atentados de ETA, más de tres mil, es decir, más de un atentado por semana durante los últimos 40 años, o ante los actos de violencia callejera, la respuesta habitual del MLNV fue recurrir a fórmulas dialécticas: "Las condenas son estériles" o "la violencia es consecuencia del conflicto político y debe contestualizarse". Además, el MLNV organizó el acoso activo de los grupos de ciudadanos que, a partir del secuestro de Aldaya, comenzaron a concentrarse para protestar en silencio contra los atentados e impulsó la denominada violencia de persecución sobre quienes manifestaban públicamente su oposición.

Durante décadas, el empleo de la violencia como recurso político ha formado parte de una estrategia bien definida. Ha pretendido conmocionar a la sociedad e impedir el diálogo. Ha tratado de confundir y de radicalizar. Ha buscado sentimentalizar e irracionalizar la política, favorecer el enfrentamiento, generar odio y dolor. Ha sido una actividad cuidadosamente programada y ejecutada. Los ingenieros de la revolución han recurrido al conocimiento recogido de las diferentes experiencias que otros grupos revolucionarios y de liberación nacional fueron acumulando a lo largo de buena parte del siglo XX. Desde la experiencia maoísta a las lecciones de Argelia o de Cuba, de Nicaragua o El Salvador, de Irlanda o Palestina. Mientras que la dirección del MLNV ha sabido qué se traía entre manos y cuáles eran las mejores fórmulas para combinar la violencia con la acción institucional, política y de masas, por el contrario, buena parte de la clase política y mediática aún hoy desconoce o no ha entendido con claridad con qué se ha estado en realidad enfrentando. Todavía algunos siguen manteniendo que "todo es ETA" o que la violencia ha sido expresión de un nacionalismo radicalizado, sin comprender que se trata de algo más complejo. En realidad, la clave no ha sido ETA sino el MLNV, en donde además de ETA han confluido numerosas organizaciones: juveniles, ecologistas, feministas, de apoyo al euskara, a los presos, editoriales, grupos de comunicación, asociaciones de acción social, cultural, deportiva... que han configurado un "múltiple infinito" para la liberación nacional y social de Euskal Herria.

La violencia ha sido un instrumento fundamental de la estrategia político-militar que el MLNV ha desarrollado durante décadas para enfrentarse al Estado y tratar de imponerse sobre la sociedad vasca. Ha sido la expresión de una ideología que ha interpretado la realidad como un combate maniqueo entre amigos y enemigos. Una ideología de vocación totalitaria capaz de explicar y de justificarlo todo. Una lógica de ideas deshumanizadora capaz de asimilar el asesinato y la extorsión, la amenaza y el acoso. Una moral política capaz de justificar la pena de muerte administrada por tribunales secretos donde las víctimas ni tan siquiera contaban con un derecho a defenderse y las sentencias se ejecutaban antes de hacerse públicas. Semejante barbarie, denominada justicia popular, fue organizada para provocar terror y condicionar el comportamiento de la población con el fin de silenciar la disidencia. En ese contexto, ETA ha sido un actor protagonista que ha contado con el apoyo activo de una militancia dispuesta a arropar la violencia, bien conniviendo, o prestando un apoyo activo en la batalla geolinguística por dominar el discurso político. En consecuencia, la izquierda abertzale, es decir, la base sociológica del MLNV tiene una responsabilidad mucho mayor de la que hasta la fecha ha estado dispuesta a admitir. No solo se trata, como ha reconocido, de haber guardado silencio ante los crímenes y el dolor de las víctimas de ETA. También ha existido, en diferentes grados y compromisos, una solidaridad activa con esa violencia que se ha interpretado como una fuerza liberadora.

A lo largo de la primera década de este siglo, el MLNV se fue debilitando. Quedó muy mermado para poder proseguir con la lucha armada e imposibilitado de continuar con su acción política tras sucesivas ilegalizaciones. En consecuencia, el abandono de la violencia y del paradigma político-militar ha significado sin duda un gran paso adelante y un enorme alivio para la convivencia. Es ahora cuando la sociedad vasca tiene la oportunidad de dirimir civilizadamente sus conflictos y organizarse pacíficamente sin cerrar en falso ese periodo, tal y como hizo la sociedad española con las víctimas y verdugos del franquismo. Deberá hacer un esfuerzo por reconocer lo sucedido, incluyendo también a las víctimas de la grave vulneración de derechos (torturas, malos tratos, criminalización, guerra sucia...) cometidos por el Estado o amparados por sus instituciones.

En tanto que ha sido el agente generador de violencia más importante durante décadas, el MLNV tiene una especial responsabilidad sobre el pasado. Sin embargo, parece empeñado en tratar de ocultar el rastro del caballo de la violencia sobre el que ha cabalgado. Probablemente es una ingenuidad esperar una revisión ideológica. De momento, continúa decidido a fantasear y a cocear dialécticamente para poder ignorar ciertos hechos y ahuyentar incómodas verdades. No está solo. También quienes en su relato aún asimilan al conjunto del MLNV con el terrorismo de ETA o lo equiparan con el nacionalismo vasco y pretenden que el Estado y sus agentes han sido del todo inocentes y no son culpables de la existencia de otras víctimas tratan asimismo de eludir responsabilidades y falsificar la memoria. Si bien tendrá que transcurrir al menos una generación para atenuar sustancialmente las consecuencias de la violencia, la búsqueda de la verdad no debiera entenderse como un recurso para la venganza sino como una tarea socialmente necesaria para que la sociedad vasca salga fortalecida del maltrato al que le ha sometido una experiencia revolucionaria de vocación totalitaria.