LAS políticas económicas implantadas en el Estado español, también en la Unión Europea, para tratar de hacer frente a la crisis económica iniciada haca ya cuatro años parecen confirmar las teorías empíricas con las que el matemático George Polya testaba las capacidades del sistema para innovarse, capacidad por otra parte característica del ser humano que sin embargo las administraciones europeas, tanto a nivel de sus estados miembros como de la propia Unión, no trasladan a la práctica. El hecho de que, en el caso del Estado español, la confianza de los mercados haya caído a niveles anteriores al cambio de gobierno (con aumento de la prima de riesgo, que llegó a alcanzar los 380 puntos durante la jornada, caída bursátil superior al 2%, especialmente de la banca, la subida del interés marginal en la colocación de los bonos y el recorte generalizado de la calificación de la deuda por parte de Moody's) no es sino la traslación, agravada por la dramática peculiaridad de una tasa desempleo que llega al 23%, de un problema que afecta a buena parte de la UE, con cinco países -Bélgica, Italia, Holanda, Grecia y Portugal- en recesión y otros, como Gran Bretaña y el propio Estado español, en los límites de la misma. Es decir, las medidas de ajuste presupuestario y recorte de los servicios impulsadas desde Alemania para que se generalizaran en la zona euro se han demostrado empíricamente, mediante el método científico de prueba-error, como ineficaces cuando la crisis global entra en su cuarto año en Europa y mientras en Estados Unidos, con políticas incentivadoras de la inversión y totalmente divergentes de las europeas, parece iniciarse una siquiera tímida recuperación, con un descenso del desempleo y un crecimiento del PIB del 0,7%. La misma Alemania que impulsó las políticas de austeridad económica puede comprobarlo a través del descenso de la demanda interna y externa, la consiguiente contracción de su economía en el último trimestre del pasado año y la repercusión de la misma en otros países, en los que también empieza a asomar la crisis social a través de serias cifras de desempleados, dado el carácter tractor de la economía alemana. Todo ello tiene, sin embargo, lógica: los grandes niveles de deuda, la reducción de la inversión pública, el endurecimiento de las políticas fiscales y el énfasis en las políticas de ahorro y austeridad llevan a una contracción severa del consumo que impide que la reactivación de la actividad económica que pareció iniciarse en 2010, tenga en primer lugar la suficiente entereza como para combatir el desempleo y después la necesaria continuidad. Y Euskadi, al repetir miméticamente las directrices económicas de Madrid, no es una excepción precisamente. Es preciso que Europa recuerde a Polya: "Si no puedes resolver un problema, hay otra manera más sencilla de hacerlo".
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