EL intento de Silvio Berlusconi de dilatar en el tiempo su abandono del poder ha llevado a Italia al borde del precipicio. Con el diferencial de su deuda alcanzando los 574 puntos básicos a mediodía, aunque luego se rebajara a 550 posiblemente gracias a una intervención soterrada del Banco Central Europeo, y la rentabilidad de los bonos a un 7,4% de interés, la economía transalpina se encuentra de facto en situación de ser intervenida. Grecia, Irlanda y Portugal ya tuvieron que ser rescatadas en similares circunstancias y solo Irlanda logró aguantar unos días por encima de los quinientos puntos y el 7% de interés. Sin embargo, el problema no es si Italia deberá o no ser rescatada, algo sobre lo que cada vez caben menos dudas, sino cuándo, cómo y con qué consecuencias. Si la presión (internacional e interna) logra que Berlusconi acelere su adiós y deje paso a un gabinete técnico mañana mismo, Italia quizás obtenga de los mercados una moratoria que se antoja imprescindible ya que la Unión Europea no puede, en estos momentos, acudir inmediatamente en auxilio de Roma: ha utilizado ya la mitad del fondo de rescate de 400.000 millones de euros y la ampliación del mismo a un billón, que ya se ha pactado, todavía no es efectiva. Incluso si llega a serlo, existen serias dudas de que pueda bastar para el rescate de una economía del tamaño de la italiana, la octava del mundo y la tercera de la eurozona, con una deuda del 120% de su Producto Internacional Bruto, prácticamente el doble de ese billón de euros. De la inmediata dimisión de Berlusconi depende por tanto no solo el futuro de Italia sino incluso el de la eurozona: no cabe olvidar que el mero hecho de que Grecia planteara un referéndum -ya desechado- respecto a los recortes a que obliga su rescate se anunció como la antesala de una catástrofe para el euro que ponía en riesgo a toda la Unión Europea. Pero ni siquiera en el caso de que los vaticinios más apocalípticos no se cumplan y la UE pueda acordar el rescate de la economía italiana, Europa podría respirar tranquila. La crisis de la deuda, como se ha demostrado a lo largo de los meses, es una enfermedad virulenta de rápido contagio. Ayer mismo, la situación de Italia elevó la deuda española por encima de los 410 puntos, rozando el récord de agosto, y situó el interés de los bonos en el 6%. Ya entonces se apuntó que una caída de la economía italiana tendría un efecto dominó y que el siguiente objetivo de los mercados serían Bélgica o el Estado español. Y ante eso sí que no habría capacidad de respuesta en una Europa que hoy mismo corregirá a la baja sus previsiones de crecimiento y en el que se anuncian sendos estancamientos de las economías francesa y alemana. El colapso de la demanda y la década de bajo crecimiento y elevado desempleo de que alertaba ayer la presidenta del FMI, Christine Lagarde, es una previsión más real que catastrofista.