Más que una campaña más
Aunque desde el Estado se trate de polarizarla en un duelo Rubalcaba-Rajoy, es el futuro a medio plazo de Euskadi, su nuevo estatus en paz, el que comenzará a dibujarse en virtud de los resultados que la sociedad vasca otorgue el 20-N
LA apertura oficial de la campaña que desembocará el próximo domingo 20 de noviembre en las elecciones al Congreso y el Senado para la décima legislatura es más que una campaña más, especialmente en Euskadi. Con el harto preocupante aumento del paro (diez mil nuevos desempleados en la CAV en el último año y un ritmo de destrucción de empleo superior a la media estatal), la situación económica ya convierte el derecho al sufragio universal en un ejercicio de medida responsabilidad que da pie a exigirla a quienes pretenden representar a los ciudadanos. Responsabilidad que se agudiza al tratarse de las primeras elecciones en paz desde aquellas que abrieron, en la transición, la primera legislatura democrática hace ya más de treinta y cuatro años. Así, aunque en el Estado, y desde el Estado, se trate de polarizar la campaña que se inició ayer en un simple duelo personal -y desigual- entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, en una suerte de personalización del bipartidismo y nuevo episodio de la alternancia derecha-izquierda instalada con el advenimiento de la democracia, el casi único interés que para la sociedad vasca despierta ese duelo es el de las consecuencias de la proporción de su resultado. No en cuanto a la incidencia del mismo en la evolución de la crisis, que vendrá marcada por las directrices europeas en cualquier caso, pero sí en el desarrollo inmediatamente posterior del proceso de paz o, si técnicamente ya se ha alcanzado esta, del proceso de desarme. Y, en su caso, en la posibilidad de que condicione el final de otra legislatura, la de un Gobierno López que, deslegitimado socialmente por su incapacidad en el ámbito económico y su abúlica e incomprensible inactividad en lo que respecta a la consecución de la paz, tendrá serios problemas para resistir con un mínimo de coherencia una debacle electoral como la que se le anuncia. Pero las elecciones del 20-N y la campaña electoral previa estarán, además, marcadas por otra diferencia en Euskadi: la posibilidad de que la suma de las formaciones nacionalistas vascas supere en votos a la de los partidos constitucionalistas por primera vez en unas elecciones generales en el siglo XXI, lo que va a depender seguramente del grado de movilización de los votantes del PNV tras la caída del caballo que ha llevado a la izquierda abertzale a rectificar y sumarse a quienes llevan décadas plantando en Madrid las aspiraciones vascas de autogobierno. Y, de paso, las urnas deben servir de cedazo de objetividad a aquellos que se empeñan en hacer girar todos y cada uno de los aspectos de la política en virtud de la dramática realidad que la sociedad vasca ha decidido dejar atrás y no en consonancia con los deseos y las necesidades mayoritarias de los ciudadanos. No, no se trata de una campaña más. El futuro a medio plazo de Euskadi, su nuevo estatus en paz, comenzará a dibujarse en virtud de los resultados que la sociedad vasca otorgue el 20-N.