La UE, Grecia y los ciudadanos
El temor a que el resultado de un referéndum eche abajo todo el entramado con que Europa ha rodeado a la crisis griega manifiesta la endeblez de la economía europea y que esta es trasladable a su estructura política
EUROPA, bajo la tutela de Francia y Alemania, anunció el pasado jueves una solución a la crisis financiera de la zona euro y a las amenazas que se cernían sobre la moneda única en base a la quita del 50% de la deuda griega, la recapitalización bancaria y el aumento del fondo de rescate hasta los dos billones. Pero Europa, es decir, Francia y Alemania como países más interesados en Grecia; era ya consciente de que dicha solución era mucho menos consistente de lo que se pretendía. Ha bastado un simple anuncio político del primer ministro griego, Yorgos Papandreu, para que se tambalee todo el entramado económico con que la Unión Europea había rodeado a Grecia. Es decir, cientos de miles de millones de euros con la solidez del aval de las principales economías y bancos de la eurozona y una mantenida exigencia de draconianos recortes a Atenas se han venido abajo por el temor al resultado de un referéndum que tiene como posible fecha el 4 o 5 de diciembre. Y ello denota la misma manifiesta endeblez en la política y en la economía europeas, más allá de los países periféricos a los que se achaca el riesgo -por otra parte, real- de contagio de la deuda griega. No se trata de culpabilizar a Papandreu, sino de que la Unión Europea, una vez más, no ha sabido calibrar la situación. El primer ministro griego se encuentra tan agobiado por la presión social como por la suspensión de pagos del país y no ha hecho sino tratar de utilizar el relativo éxito de la eliminación de la mitad de la deuda para hacer acopio de la fortaleza política que necesita, también para poner en práctica las medidas de ajuste. Papandreu solo trata de mantenerse erguido, tanto frente a una oposición que ya le pide elecciones anticipadas como dentro de su propio partido, en el que empiezan a sonar disensiones importantes respecto a las exhaustivos recortes que se han impuesto a la población justo cuando afronta, inmediatamente, una moción de confianza en el parlamento. Y el hecho de que el 60% de los griegos no apoye el acuerdo salido de la cumbre se matiza porque siete de cada diez no quieren salir del euro, lo que proporcionaría a Papandreu un margen para tratar de sacar adelante una consulta que, por añadidura, le proporciona una baza en la negociación de los detalles del plan de ayuda de la UE que no se cerraron en la cumbre de la semana pasada, lo que debilitaba sobremanera un acuerdo que no soluciona el problema griego. En todo caso, atrasa esa solución unos días o, si el referéndum se lleva finalmente a cabo, hasta final de año. Europa no puede sostener ahora, al menos no con rigor, que desconocía esa vertiente de lo que vendió como el fin de todos los males del euro. Seguramente sea solo que se ha percatado (y teme), de nuevo tarde, de que también para reestructurar su economía, la UE necesita un respaldo ciudadano que ha venido obviando demasiado tiempo.