El conflicto existente
Patxi López ha repetido en dos ocasiones en las últimas horas que con el fin de ETA ha desaparecido lo que se denomina el conflicto político, ignorando la realidad social de Euskadi y que es precisamente ahora cuando cobra mayor dimensión
EL fin de la violencia de ETA pilló a Patxi López, máximo representante institucional de los vascos, a miles de kilómetros de distancia. Lo que parecía una mera metáfora casi anecdótica se va tornando día a día en una dura realidad. Diez días después del comunicado (y sus correspondientes y convenientemente escenificados previos), López parece seguir fuera de Euskadi, fuera de su realidad. En 72 horas, ha repetido dos veces una máxima insólita que solo puede entenderse desde la inopia política o desde el contexto electoral. Mal, muy mal, en cualquiera de los casos. Según el lehendakari, en Euskadi ya no hay conflicto político alguno. El único conflicto era ETA y ETA ya no está. Se acabó. Según López, ahora "tenemos problemas y diferencias", pero no conflicto. Lo dijo el viernes en el Parlamento Vasco y, tras las críticas y reacciones a sus palabras, lo volvió a repetir ayer ante la dirección socialista, cuyo nombre, por cierto, ya da muestra clara de la existencia de un conflicto: Comité "Nacional". López sigue dando muestras de que o no conoce la realidad social de su país o se niega a verla por intereses políticos. Y para ello se permite el lujo de asegurar que, según sus propias palabras, cuestiones como el derecho a decidir, la superación del marco político, la soberanía, Nafarroa o la autodeterminación son "obsesiones particulares" y que abordar estas cuestiones es "partir Euskadi en dos mitades", introduciendo de forma mendaz e interesada un pretendido factor de miedo a una supuesta quiebra social. Es sabido que López no tiene un interés especial por la historia y la cultura de esta país. Sabría, si no, que, en efecto, esas cuestiones que él desprecia como "obsesiones particulares" son la raíz de eso que se viene a llamar conflicto político y que son muy anteriores a la propia existencia de ETA y, en consecuencia, lo seguirán siendo tras la extinción de ETA. Es más, el nacionalismo democrático siempre ha sostenido -pese a las gravísimas acusaciones que se le hacían- que ETA sobraba y estorbaba tanto desde el punto de vista ético como político, precisamente porque contaminaba con su injustificable violencia el proyecto abertzale. Se confunden López y los socialistas si creen que el fin de ETA supone terminar con el conflicto, se denomine como se denomine. A lo largo de la historia se ha demostrado que una amplia mayoría social aspira a las mayores cotas de autogobierno. No es, por tanto, ninguna pretensión "particular" y supone un ejercicio tan básicamente democrático como el derecho a decidir. Es ahora, sin la amenaza de las pistolas y las bombas, sin la coacción y el chantaje de la violencia, cuando esta reivindicación cobra mayor sentido. Es esto, quizá, lo que teme Patxi López, aunque tarde o temprano tendrá que bajar a tierra, a la Euskadi real, y asumir y abordar democráticamente ese conflicto que se niega a ver.