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Ahora, Euskadi

No es justo pretender olvidar lo que ha sucedido durante medio siglo ni es preciso que la memoria de lo acaecido y su relato sean únicos, pero es imprescindible que se parta de un diagnóstico común de lo que no debe volver a suceder

LA celebración social, política, humana, del primer día de paz en tres cuartos de siglo en Euskadi, mesuradamente contenida -con el comedimiento con que se celebra la recuperación, el fin, de una enfermedad- pero profundamente sentida y profusamente extendida entre los vascos, no oculta, no debe hacerlo, las interrogantes de la incertidumbre sobre lo que sucede ya hoy, sobre un futuro que ya es presente aun si está pendiente de esa última revisión a la que quien ha padecido la enfermedad se debe someter, superada ya esta, en el plazo de un año. ¿Ahora qué? es la pregunta, explicitada ya ayer mismo en las páginas de DEIA, que buena parte de la ciudadanía vasca se plantea todavía sin dejar de festejar el "cese definitivo de la actividad armada" declarado por ETA. Pero esa pregunta tiene respuesta. Porque corresponde a la propia sociedad vasca que ha logrado ganar la paz, a todos los ciudadanos, a cada uno de los que, desde todas las ideologías y formaciones o desde el anonimato, han contribuido a ella -incluso a quienes no han llegado a hacerlo- trazar una línea que dibuje un diagnóstico ético común sobre lo que nunca más debe volver a suceder. No es preciso, porque es inútil o contraproducente además, pretender olvidar lo que ha sucedido durante más de medio siglo. Ni tampoco que la memoria de lo acaecido sea una, única, en el futuro mediato de las actuales generaciones. Esa es labor a largo plazo para la Historia. Ahora, cada vivencia, cada sensibilidad, tiene motivos, también derecho, a recordar por sí misma, sin plegarse a un relato, cualquiera que sea este, ya que incluso siendo bienintencionado es incapaz de generalizar los sentimientos. Sí es imprescindible, sin embargo, que todas y cada una de esas vivencias y sensibilidades compartan la confianza y el convencimiento de que en nuestra sociedad no hay sitio, no habrá sitio nunca más, para la violencia. Y ello exige, en primer lugar, respetar la memoria y el relato del otro, el sufrimiento del otro. Y abandonar posicionamientos que tratan de hacer cohabitar el bien común de la paz con el interés privado de la consecución o el mantenimiento del poder. Y un absoluto respeto por el principio democrático del respeto a los deseos mayoritarios de la ciudadanía. Solo así será posible, que la reconciliación supere su actual estatus de horizonte a alcanzar, de palabra-cliché, para tomar cuerpo en la práctica diaria de la política y las relaciones sociales, hasta ahora tan contaminadas de aquella. El jueves con el fin de la violencia, Euskadi cambió para siempre con un cambio que, sin embargo, debe continuar produciéndose lenta e inexorablemente durante cada uno de los próximos días en paz. ¿Ahora qué? La respuesta es sencilla: Ahora, Euskadi. Lo que Euskadi quiera.