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Bakea...

Ha sido la sociedad vasca la vencedora del pulso ético y político ante el nunca justificado uso de las armas y debe ser ella quien impulse la reconciliación, que no la desmemoria, y reclame respeto a sus decisiones con el ímpetu con que ha reclamado la paz

ETA ha decidido el cese definitivo de su actividad armada". Diez palabras que se han hecho esperar demasiado tiempo pero que, por fin, cierran más de medio siglo de violencia y pueden comenzar a restañar, aunque sea de manera muy incipiente, las dolorosas heridas abiertas durante décadas por los incontables dramas humanos que ha soportado la sociedad vasca. Diez palabras que se resumen, por fin y desde ayer, 20 de octubre de 2011, en cinco letras: Bakea. La paz.

ETA no ha tenido otro remedio que atender, aunque tarde, evidentemente tarde, más de medio siglo tarde, el reclamo de la comunidad internacional, de la izquierda abertzale, que a su vez no ha tenido otro remedio que atender, evidentemente tarde, más de medio siglo tarde, la exigencia de la ciudadanía de Euskadi. Porque ha sido la propia sociedad vasca, a través de su mayoritaria repulsa, de su exponencial valentía en la condena y el arrinconamiento de las estrategias violentas y de quienes las protagonizaban o siquiera comprendían, la vencedora del pulso ético pero también político frente al nunca justificado uso de las armas. Ha sido la sociedad vasca quien ha llevado a ETA a pronunciar esas diez palabras que suponen las cinco letras más esperadas y ha obtenido para sí misma un nuevo tiempo en el que, sin embargo y sin olvidar lo dramáticamente aprendido a lo largo de miles de atentados que dejaron 829 víctimas mortales, miles de víctimas más, o precisamente para no olvidarlo, se exige ahora comprensión y generosidad -especialmente por parte de esas mismas víctimas y en lo que respecta a las "consecuencias del conflicto"- para la que será una reconciliación seguramente lenta pero imprescindible.

Como se requerirá también la visión y audacias políticas de que ha carecido la máxima responsabilidad institucional de este país, ausente del mismo de modo incomprensible en el momento crucial de la paz, en el momento clave de los últimos treinta y cinco años. Visión y audacia para que, una vez dado por ETA el paso que, haciéndose eco de la exigencia de los propios vascos, le reclamó públicamente la mediación internacional -la misma que esa misma máxima responsabilidad institucional de este país y muchos representantes políticos y medios españoles despreciaron e insultaron- se puedan dar los otros pasos que la Declaración de Aiete consideraba imprescindibles no para terminar con la violencia, que exigía previamente finiquitada ya, sino para acabar con el conflicto político que emana de la diversidad en el sentimiento de pertenencia, en la identificación identitaria, y hacerlo mediante su encaje en una estructura política de nuevo diseño que pueda satisfacer a todas las sensibilidades que conforman, componen, la sociedad vasca.

Porque si esta ha exigido y ganado la paz, si se la ha ganado a ETA y a todos los que aún parecen desear que la paz no hubiera llegado; exigirá con el mismo mayoritario empeño, con la misma exponencial valentía política a partir de ahora, sin la rémora de esa violencia a la que ayer se ponía definitivo fin, que se solucione el conflicto en que aquella parasitaba, el de las centenarias ansias de un pueblo por recuperar la capacidad de decidir por sí mismo que contempla en sus derechos históricos. La paz llegó por fin ayer, 20 de octubre de 2011, evidentemente tarde, más de medio siglo tarde, pero llegó para quedarse. Es una paz con puntos suspensivos, una paz que se extiende hasta lo que será, debe ser, la disolución definitiva de quien la ha impedido durante medio siglo, su desaparición. Porque la paz, el fin de la última y residual violencia entre las que, de una u otra forman han traumatizado a la sociedad vasca a lo largo de su historia es, en realidad, el principio de todo en Euskadi. También el principio de su libertad.