LA zona conocida como Cuerno de África se muere literalmente de hambre en pleno siglo XXI. La catástrofe humanitaria que está teniendo lugar en ese lugar del mundo afecta nada menos que a cerca de once millones de personas en grave riesgo de hambruna en Etiopía, Kenia, Yibuti y, sobre todo, en el sur de Somalia, enclave azotado por la peor sequía en 20 años combinada con la violencia y la fragilidad de un Estado casi inexistente, donde las milicias integristas de Al Shabab -vinculada a Al Qaeda- campan a sus anchas e incluso dificultan o impiden el reparto de la ayuda que la cooperación mundial envía con regularidad, pero que se ha visto reducida a consecuencia de la crisis. La letal sequía ha provocado la pérdida de cosechas y ganado -única fuente de sustento para un amplio espectro de la población- y agrava una mala situación, complicada aún más por la demencial subida del precio de los alimentos básicos -harina, alubias, arroz y maíz-. Ayer, los países de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) se reunieron en Roma, a petición del Gobierno francés en calidad de presidente de turno del G-20, para intentar movilizar ayuda internacional. También ayer, el Banco Mundial respondió a la situación y aprobó destinar 350 millones de euros en recursos. Una cantidad a todas luces insuficiente, cuando la propia ONU ha afirmado que se necesitan 1.600 millones de dólares (algo más de 1.100 millones de euros) en los próximos doce meses para hacer frente a la emergencia humanitaria. Una ayuda que pretende librar de una muerte anunciada a casi cuatro millones de seres humanos -entre ellos, unos 800.000 niños-, muchos de los cuales son desplazados que se hacinan en campos repletos de refugiados, donde reina el caos. De hecho, el Programa Mundial de Alimentos de la FAO denuncia que 925 millones de personas pasan hambre en un planeta con recursos más que suficientes. Parece mentira que apenas nada haya cambiado desde 1992, cuando otra hambruna causó la muerte de 300.000 somalíes; en 1984, más de 900.000 etíopes perecieron por la sequía. No hay estadísticas fiables, si bien se calcula que en los últimos cincuenta años el continente africano ha perdido hasta 50 millones de ciudadanos, víctimas del hambre y la miseria. Sin embargo, la indiferencia de Occidente hacia esta tragedia, que tiene lugar a escasa distancia geográfica, es notoria: la amenaza del contagio de la crisis griega a países como España o Italia ha movilizado sin demora 180.000 millones, que irán llegando al país hasta el año 2014, tiempo que no pueden esperar quienes padecen la falta de alimento. Mientras, la comunidad internacional, los gobiernos, se dirigen unos a otros sin que ninguno asuma responsabilidades para erradicar esta inhumana amenaza.