cuando el conde don Diego López V de Haro buscaba patrocinio celestial para la villa de Bilbao, que acababa de fundar mediante Carta Puebla otorgada en Valladolid el 15 de junio de 1300, no tenía más opción que encomendarla al Apóstol Santiago, en cuyo primitivo camino se situaba, y a cuya devoción se había entregado la casa de Haro, en su doble condición de noble y guerrera, desde sus orígenes.

En la historia de España que yo fabrico para mi propio uso viajando en coche y husmeado todas las piedras viejas que encuentro en el camino, se da por cierto que el primer Señor de Vizcaya había visto más de una vez la herradura que perdió el caballo blanco de Santiago, hace 799 años, en la batalla de las Navas de Tolosa, y que uno de los López de Haro, presentes en la refriega, tan guasón como valiente, le había regalado a su adorada y crédula hermana Urraca López de Haro y Ruiz de Castro, tía abuela de don Diego, que fue abadesa del Monasterio de Cañas entre 1225 y 1262. Hace diez años, después de visitar el excelente museo que las monjas mantienen en Cañas, y ver perfectamente conservada y rotulada la herradura del apostólico caballo, entendí por primera vez los motivos por los que Santiago de Compostela y Bilbao -¡tan lejos, tan cerca!- comparten patronazgo, y más de una vez me imagino al Señor de Bilbao, cuando niño, tirando del hábito de doña Urraca y diciendo: "anda tía, enséñame la santa herradura".

En aquel tiempo la ejemplar abadesa de Cañas aún no había museizado tan extraña reliquia, y para tener el privilegio de verla, envuelta en un paño de lino fino y guardada en un cofre de madera de haya, había que atravesar escaleras y pasillos misteriosos que impactaron sobremanera en el niño Diego, y por eso no es de extrañar que planteada la cuestión de a quien dedicarle el primer templo construido en el solar de la actual catedral -tercera de la serie, al igual que la actual catedral de Santiago-, el fundador de Bilbao dijo sin el menor titubeo: "a Santiago Apóstol". Porque se acordó, a buen seguro, de la herradura que su tía la monja guardaba en el cofre.

Sea como fuere, porque el arte de la crónica no es más exacto que la economía, las ciudades de Santiago y Bilbao coinciden hoy en la celebración de su fiesta patronal, en una feliz demostración de que la historia también es como un pañuelo, y nos hace coincidir o encontrarnos en los lugares y fechas más inopinables. Y a mí me parece un buen día para recordar la fuerte vinculación social e histórica que existe entre Galicia y el País vasco, la enorme multitud de gallegos que encontró en Euskadi una segunda y próspera patria, y lo bien que estos gallegos -emigrantes para nosotros, e inmigrantes para ustedes- supieron adaptarse, hasta amarla de verdad, a una cultura vinculada, como la nuestra, a la tierra, a la vida familiar y a las tradiciones. Mi tío-abuelo Amador, casado en Arminza, llegó a hablar el euskara con más soltura que el gallego, y con su boina calada al estilo de Euskadi, tenía dificultades para demostrar que había nacido en el lugar de Salgueiro, en la parroquia de Forcarei.

Ahora, acostumbrado a comunicarme con ustedes todas las semanas, también yo me encuentro identificado con sus problemas e ilusiones, y, a pesar de estar tan pegado intelectual y existencialmente a Galicia, he encontrado el camino para entender y amar esa tierra -a veces algo enrevesada- como si fuese la mía. Por eso les deseo un feliz día de Santiago, el santo que, sepultado en mi ciudad finisterrana, dio origen a la primera vía de comunicación de categoría internacional que pasó por la Villa de Bilbao.