LA muy relativa relajación del diferencial de la prima de riesgo española e italiana durante la jornada de ayer, tras haber llegado en el primer caso a bordear los 390 puntos básicos durante la mañana, junto a la consiguiente moderación de la caída de las bolsas europeas, parece desacelerar la carrera hacia el desastre económico emprendida por la desunión europea y las desavenencias respecto a la financiación de un segundo rescate de Grecia. Pero solo lo parece. En realidad, el problema subsiste en toda su gravedad. La postura de Alemania, Holanda o Austria, favorable a dejar caer la economía griega, siquiera por capítulos, es difícilmente compatible con el obligado interés en la aprobación del rescate por parte de Italia y España, a quienes la quiebra, aun parcial, de Grecia situaría a su vez al borde de una intervención que, además, Europa sería incapaz de soportar. Y quizás sea esa la única noticia positiva de una Europa asomada a la depresión económica y al precipicio político. El horizonte de un definitivo fracaso del euro, de la economía común y de la integración europea por su incapacidad para sostener las denominadas economías periféricas obliga a la UE a hallar una fórmula que sirva para afrontar ese segundo rescate de Grecia durante la cumbre que el presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, prepara para este viernes tras el fracaso el lunes de los ministros de economía del Eurogrupo en su intento de consensuar una postura común. La parte negativa de esa misma noticia, sin embargo, es que ese segundo rescate, incluso con la participación privada -sea esta voluntaria o inducida- tampoco aseguraría que la situación no se reprodujera en los próximos meses o tuviera otro brote crítico en cualquiera de los otros países intervenidos, Irlanda y Portugal, que arrastraría de igual modo a España e Italia o a la misma Bélgica (donde se asientan las instituciones de la UE) y en consecuencia a toda la Unión. Porque la crisis europea no es únicamente económica y quizás ni siquiera se trate solo de la conjunción del factor económico y el problema político que se ha hecho evidente a raíz de la situación financiera de los países miembros al dejar al descubierto la falta de liderazgo, la carencia de integración fiscal, la ausencia de credibilidad de las instituciones que rigen la UE desde una concepción política y económica meramente estatalista; sino que apuntaría incluso -sumado el temor a que EE.UU. entre en suspensión de pagos si el Congreso no aprueba incrementar el límite de endeudamiento- a que la globalización ha provocado una crisis sistémica mundial por agotamiento. Ello, sin embargo, no excluye a los gobiernos europeos, a la UE, de su responsabilidad para evitar el colapso definitivo de la idea que durante décadas ha unido el concepto de Europa a los de desarrollo y progreso, entendidos ambos como un estadio superior a lo economicista.