LA por absurda inesperada reacción del exministro y alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, de dirigirse al Ministerio de Cultura español para que éste solicite al jurado internacional que ha concedido a Donostia la Capitalidad Europea de la Cultura en 2016 la reconsideración de sus valoraciones; así como las declaraciones de la ministra de Medio Ambiente y exalcaldesa de Córdoba, Rosa Aguilar, apuntando a motivaciones políticas en la elección de la capital de Gipuzkoa; la exigencia del alcalde de Burgos, el popular Javier Lacalle, de concreciones sobre los motivos de la elección; e incluso las declaraciones del ministro de Fomento, José Blanco, quien comete el disparate de ligar la capitalidad a una según él "aun posible" moción de censura en el ayuntamiento donostiarra, son desgraciadamente fruto de una insana costumbre, no exenta de grandes dosis de interesada conveniencia, extendida en el Estado español, la de unir cualquier aspecto relacionado con Euskadi y la sociedad vasca a la violencia terrorista. No se trata, por tanto, únicamente de reacciones de mal perdedor, que también, sino de la desviación ética asentada en todos los niveles de la sociedad y la política españolas de utilizar el drama de la violencia con fines espurios que no son los que se dice pretender, lo que debería llevar, dicho sea de paso, a una reflexión definitiva a quienes siguen sin anunciar la renuncia final a las armas. En el caso concreto de la capitalidad cultural, las airadas respuestas y la pretensión de menospreciar la decisión del jurado internacional que dirige Manfred Gaulhofer únicamente pretenden ocultar que el proyecto presentado por Donostia es mejor o, dicho de otro modo, de esconder lo que comparativamente son carencias de las otras candidaturas apelando a unas declaraciones en las que Gaulhofer se esperanzaba con un final de la violencia que únicamente cabría celebrar. Seguramente porque el presidente del jurado sabe tanto que esa esperanza es compartida con la mayoría absoluta de la sociedad vasca y de la ciudadanía donostiarra como que la cultura es una herramienta inmejorable contra las intransigencias. Sean o no violentas. Y es esa capacidad de la cultura, unida al incontestable hecho de que en 2016 el ayuntamiento donostiarra puede estar o no gobernado por Bildu (o la izquierda abertzale), por cuanto un año antes se volverán a celebrar elecciones municipales, la que lleva a preguntarse si en el trasfondo de la absurda, airada y sin embargo múltiple reacción no estará también el temor a que la capitalidad cultural europea sirva para que Donostia y Euskadi muestren al mundo, ya sin la distorsión de la violencia, la realidad de una sociedad formada por personas de idioma y cultura milenarias, con una misma tradición y que, aun con orígenes diversos, presentan una comunidad de objetivos. Es decir, una nación.