Ahora no sé si hay "padres espirituales", pero cuando yo era pequeño no había ningún colegio que no lo tuviese, para que funcionase como prueba y garantía de la autonomía de los valores espirituales frente a los de la disciplina y el rendimiento académico, ya que estos eran, incluso en los seminarios y los colegios de monjas, los que de verdad se apreciaban. Y una de las cosas en las que insistían todos los padres espirituales era en la necesidad de "perder el respeto humano", que, aunque hoy suena a expresión poco correcta, definía con mucha exactitud la vergüenza que sentimos a veces cuando, para hacer el bien, nos desviamos de lo que es corriente y tiene éxito en los ambientes sociales.
Un chico que vence el respeto humano es el que deja la pandilla durante unas horas para cenar con sus padres la noche de fin de año. O el que no se hace el interesante a base de mentir sobre sus parejas. O el que vive una fe religiosa, cualquiera que sea, y cumple con ella, en medio de un mundo laicista y culturalmente estereotipado. Y es que, si bien se mira, muchas de las cosas que nos dan vergüenza no son censurables, ni criminales, sino actos de virtud o ejercicios de honradez que no coinciden con los comportamientos imperantes.
De esto me acuerdo yo, con perdón de las comparaciones, cada vez que el PNV, haciendo exactamente lo que tiene que hacer, y lo que muchos españoles le agradecemos profundamente, se pierde después en explicaciones que, en vez de aflorar su rigor y gallardía política, reflejan un cierto complejo por lo bien hecho, como si, en vez de pedir disculpas por el radicalismo irresponsable del PP, por ejemplo, hubiese que pedirlas por mantener una serena gobernabilidad y por adoptar las decisiones que son oportunas para este momento tan delicado. Esto es lo que sucedió en mayo de 2010, cuando el PNV salvó in extremis un plan de ajuste que era imprescindible y que tuvo la virtud de evitarnos el calvario que después siguieron Portugal y, hasta la semana pasada, Grecia. Y eso es lo que está sucediendo ahora, cuando la abstención de CiU y PNV hizo posible la toma en consideración del proyecto de negociación colectiva impulsado por el Gobierno.
Estamos, es cierto, en plena contienda electoral, y hay muchos partidos y grupos de opinión interesados en hacernos creer que este tipo de decisiones le dan un irresponsable respiro a Zapatero a cambio de negociaciones espurias sobre el autogobierno de Euskadi y Cataluña. Pero, siendo cierto que la negociación política es algo perfectamente lícito, es más importante resaltar que el hecho de evitar que los tiempos y objetivos electorales se impongan sobre el curso normal de la legislatura es extraordinariamente beneficioso para el país, y que el debate que acaba de sustanciarse en el Congreso, a favor, en términos generales, de las tesis del Gobierno, compromete absolutamente la defensa de los marcos centristas y liberales que siempre han distinguido los programas del PNV y de CiU.
Quienes deberían dar explicaciones son los que, conscientes de la gravedad que tendría un frente anti-Zapatero, y del coste que tendríamos que pagar todos los españoles por favorecer la estrategia electoral de Rajoy, estaban dispuestos a utilizar el caos y el desastre para mejorar sus expectativas electorales. Una actitud que me parece más deleznable cuando las elecciones municipales han demostrado que ya es absolutamente innecesaria para llegar a la Moncloa. Lo que conviene, pues, al PNV y a CiU es mostrarse orgullosos de hacerlo bien, y contarlo. Y afirmar su autonomía de acción y criterio, sin miedo ni complejos, ante la enorme turba de los que piensan que no habrá futuro en España si antes no provocamos el caos.