CUANDO en la noche electoral un amigo me requirió una impresión rápida de los resultados, le respondí con una palabra: "Bildurazo". Puede decirse que Euskadi ha recibido un impacto, relativamente inesperado, de su propia realidad y que ahora, tras la sorpresa y la magnitud de shock, le toca gestionar con serenidad de espíritu y solvencia intelectual. Empecemos, por favor, por decirnos la verdad evitando sobrevalorar las decisiones colectivas, no siempre sabias ni irrefutables: lo que ha ocurrido -la irrupción cuasi victoriosa de Bildu, una organización ideológica y socialmente radical- es un hecho negativo para el equilibrio democrático de nuestro país y una grave complicación para su futuro. Si consideramos que se trata solo de un suceso inapelable porque emana de las urnas, estamos limitando nuestra capacidad (auto)crítica y nos plegamos a la veneración divina del mandato popular. La comunidad no es Dios infalible y por tanto puede equivocarse. (Argumento en mi apoyo: si la experiencia humana rebela con retardo que ciertas actuaciones de los pueblos fueron profundamente fallidas, puede formularse ahora, sin esperar el veredicto de la historia, el criterio de que hoy algunas conductas ciudadanas son desafortunadas, a pesar de la libertad que las acompaña).
Es de suponer que la administración de los resultados políticos derivados del éxito de Bildu (y el fracaso paralelo de los proyectos oponentes) implica recorrer una serie de fases analíticas, la primera de las cuales es la definición de las causas y el señalamiento de las responsabilidades. Nada de lo que sucede es casual, sino causal, de manera que la sociedad democrática tiene que comparecer ante su propia conciencia y establecer lo que queda recusado para siempre y lo que empieza en su lugar desde este momento.
Hay muchas cosas que han caducado el 22-M, porque son determinantes de lo ocurrido. Primero, la política de exclusión como estrategia para una supuesta derrota del terrorismo y sus apoyos sociales. Las sucesivas ilegalizaciones a que, desde 2002, se ha sometido al sector de la izquierda abertzale han provocado el efecto perverso de su fortalecimiento una vez autorizada su participación electoral en ausencia de violencia. Pueden los autores de la Ley de Partidos y los jueces que la aplicaron solicitar la medalla al mérito aber-tzale con distintivo rojo: los dirigentes de Bildu les están muy agradecidos. Socialistas y PP impidieron que, por caminos más lentos pero a la larga más seguros, la sociedad vasca pudiera poner en su merecido lugar a los cómplices morales de los crímenes. Después de comprimirlos en la ilegalidad, ese sector ha estallado emocionalmente -victimizado y enardecido- en más de 275.000 sufragios en la CAV y 40.000 en Navarra, votos multiplicados por la inmadurez democrática española.
Tras lo acontecido el domingo también ha quedado severamente impugnada la otra rama de la Ley de Partidos y el desdichado pacto antiterrorista: la exclusión institucional del PNV, ejecutada en 2009 mediante el pacto PSE-PP, que hoy suman juntos el 29,8% del electorado, frente al 30% del PNV. López es hoy la imagen del repudio democrático y su ilegitimidad, por si no estuviera ya acreditada en todos los informes de opinión pública, es más evidente que nunca. Hasta el triste final de su gobierno se abre un periodo de interinidad en Lakua cuya extensión temporal solo va a agravar los problemas de un país acuciado por la crisis económica y necesitado de un nuevo liderazgo y acuerdos coherentes. Cualquier apelación al gobierno del cambio" movería hoy a la hilaridad o la consternación, incluso entre sus valedores mediáticos. Que no carguen la culpa del fiasco sobre Zapatero porque la alianza antinacionalista no es ajena al mismo. Con él se han muerto la ridícula teoría del oasis vasco, la alquimia de la normalidad, las bravuconadas de Pastor, la prepotencia de Ares, las broncas de Arriola y Gasco, las intrigas antivizcainas de Urgell y otras dobleces de la gestión de estos dos años. A la pareja López-Basagoiti la han divorciado los ciudadanos vascos cuando han podido hacerlo: Euskadi es hoy más nacionalista que antes del 22-M.
Quizás convenga insistir en que la cosecha de Bildu es un categórico requerimiento a ETA de que no puede mantener latente la violencia a la vez que la izquierda abertzale gobierna en las instituciones. Votos quitan balas y bombas, le han dicho; porque las suyas fueron papeletas para una paz sin retroceso. Otra realidad que concluye es la sopa de letras en la que se había convertido la política vasca durante décadas, con demasiadas siglas y fuerzas solapadas. El mundo nacionalista tiende a clarificarse en dos opciones, al igual que el españolismo en otras dos. Y, por supuesto, es el fin de una EITB sectaria, torpe y excluyente, desnaturalizada y encogida, comisariada y propagandística en la que Surio y su equipo, nombrados por López, la habían convertido. Si los cambios políticos del domingo no se reflejan en el dial y la pantalla de la radiotelevisión vasca es que la democracia es inerme contra los malversadores de lo público.
Algunas cosas van a ser nuevas y otras se van a recuperar. Entre estas destaca el diálogo como herramienta para el acuerdo entre proyectos distintos, una metodología (y una ética) que nunca debió ser demonizada, con la que todos ganamos por mucho que se ceda. Percibo que al PNV, al que los vascos han ubicado en el centro del tablero democrático, se le piden cosas contradictorias: que modere a los radicales con acuerdos y que los excluya institucionalmente. De entrada, no es posible que los jeltzales hagan de muro de contención de nada ni nadie mientras se mantenga el pacto antinacionalista PSE-PP. Su responsabilidad no es ilimitada, por mucho que le toque administrar una situación compleja en medio de dos extremismos, español y abertzale.
Empieza el momento de que Bildu acredite su abertzalismo práctico y que está dispuesto a mojarse en los gobiernos locales con sus ventajas e inconvenientes. Vamos a ver si sus electos son capaces de pasar del grito a la gestión y de la pancarta al presupuesto. Se trata de demostrar que Bildu no es bildurra y que sabe gobernar sin miedo y sin meter miedo. Van a llegar, pues, caras nuevas y liderazgos inéditos; pero la incógnita es si será posible casar las dos culturas políticas de la coalición, conceptualmente distintas: la de EA, basada en el sufragio y la representatividad del voto, propia de un partido institucional que ha tenido importantes tareas de gobierno; y la de la izquierda abertzale clásica, sustentada en el debate asambleario y el centralismo leninista, ajena a criterios organizativos democráticos, antiinstitucional y dispersa en entidades artificiales solapadas. ¿Qué modelo operativo y qué programa pueden compartir Garaikoetxea y Erkizia? ¿Qué clase de valores cívicos unen a Larreina y Rufi Etxeberria? ¿La utopía de la independencia es suficiente para aglutinar a Urizar y Goirizelaia? Lo que hemos visto en la campaña, muy significativo, es que unos y otros bailaban al son de La Internacional y no del Gora ta gora.
Tengo curiosidad por saber de qué modo se acomodarán al contexto surgido de estos comicios los grupos mediáticos que patrocinan a López y su Gobierno, sobre todo Vocento, experto en adaptación camaleónica. ¿Seguirán apoyando con la misma intensidad que hasta ahora al PSE y su unidad de destino con el PP? ¿O ya no tanto, porque resulta antiestético continuar publicitando sus actividades y enmascarando sus carencias y errores? ¿Mirará mejor al PNV para que modere la situación frente a Bildu? Me pregunto, por fin, si ahora los empresarios -tan dados al temor a las incertidumbres- dejarán de rendir pleitesía a un lehendakari provisional y exigirán un nuevo liderazgo político que haga frente a las amenazas y retos de la Euskadi postelectoral. Nada puede ser igual que antes, ni nadie puede aplazar sus respuestas.