EL pasado sábado en San Mamés, viendo resbalarse una y otra vez sobre el césped recién regado a los jugadores rojiblancos, tuve la percepción de que, lo que antes era importante, está dejando de serlo. Lo esencial se ha convertido en accesorio, y al revés.

En aquel tiempo, cuando yo jugaba al fútbol y no hace tanto de eso, dedicábamos cariño y tiempo a revisar los tacos de las botas para ajustarlos al terreno de juego. Era como un ritual antes de los partidos. Salir al campo, pisar el terreno de juego, visitar las áreas, las bandas, el centro del campo, cada uno por su zona de influencia para valorar la situación. Después, ya en el vestuario, el utillero abría la caja de herramientas en la que estaba la bolsa de los tacos y cada jugador se acercaba a elegir los más apropiados para ese partido y para ese campo. Allí había de todo, tacos nuevos y usados, largos y cortos, afilados, prohibidos, de goma y aluminio, hasta tacos de rugby para los más torpes. En la caja, también se podían encontrar llaves de tacos, alicates y llaves inglesas para cambiar los que estaban tan desgastados que no había quién los desenroscara. No faltaban los cepillos para limpiar las botas, la grasa de caballo y los trapos para abrillantar el cuero de los borceguíes y saltar al campo con el material en perfecto estado. Llevado al extremo, había entrenadores que prohibían a los defensas jugar con tacos de goma. Percibo que dedicar tiempo y atención a los tacos ya no es tan importante. Hay más cosas que tengo la percepción que están dejando de serlo.

Antes, el fútbol del Athletic reflejaba la esencia y los valores del Club y era innegociable que así fuese. Todos nos identificábamos con esa forma de entender el juego y la competición. La bronca, el barullo, el lío, el engaño o la provocación no forman parte de nuestra naturaleza. Nunca hemos jugado a eso y no nos ha ido tan mal. Me siento incómodo viendo a nuestros jugadores protestar permanentemente. Puedo entender las quejas como una reacción puntual ante una jugada concreta, pero no lo comparto como norma de comportamiento. No se trata tanto de consideraciones éticas o de imagen, sino puramente prácticas. Cuando centras tu atención en otras cosas distintas al propio juego, por ejemplo, en el árbitro, es cuando surgen los errores de concentración, los fallos groseros, las entradas a destiempo… y el fútbol deja de fluir. Te desconectas del juego. Lo curioso es que esta actitud de sobreexcitación en la que parecen vivir instalados los jugadores, se está contagiando a la grada. No sé si alguien lo alienta pero, desde luego, nadie lo reconduce.

En la Catedral, siempre se ha respetado la esencia del juego, sus valores auténticos, así como a los rivales, las normas y a los árbitros. Era el último reducto con aroma al fútbol inglés más genuino. Ahora, tengo la percepción de que también esto está en proceso de cambio. Desde la grada, se protesta de forma desmesurada, casi histérica, cada decisión arbitral, independientemente de si es correcta o no. El sábado pasado se aplaudió (y no es la primera vez) un gol en contra; el segundo penalti (claro en mi opinión y en la de todos los analistas). Se insulta de forma permanente a los contrarios y a los árbitros. Incluso, como si de un equipo pequeño se tratara, se canta en contra del equipo rival en lugar de animar al propio. San Mamés se ha reconocido siempre como un campo caliente con una afición entendida, respetuosa y volcada con los suyos pero, que yo sepa, nunca ha sido un campo hostil para nadie. Quizá, con el cambio de estadio, perdamos también este reconocimiento, porque percibo que, también en esto, lo que antes era importante, está dejando de serlo.

El señorío del Athletic estaba también presente en las declaraciones públicas de sus dirigentes, tanto en las victorias como en las derrotas. Ahora, se argumentan excusas y justificaciones pueriles en lugar de reconocer con la elegancia y categoría propias del Club lo que ha sido evidente para todos; se jugó mal y se perdió con toda justicia ante un rival muy superior. Las populistas declaraciones de un presidente en campaña reclamando cinco penaltis tras una derrota incontestable confirman esta percepción.

En las últimas semanas son varias las situaciones que en las que García Macua está actuando como si ya fuera un candidato. Desde una foto robada a la salida de un restaurante, tras comer con un futbolista que le había dejado en evidencia días antes negando que alguien del Club hubiese hablado con él sobre su renovación, pasando por los panfletos de autopromo antes del partido, hasta la imposición de la insignia de oro y brillantes al alcalde recibiendo a cambio un apoyo sorprendente y, en mi opinión, prematuro. Parece razonable pensar que, sabiendo que habrá elecciones, convendría no dilatar su convocatoria de manera que, quien saliera elegido, tuviese el tiempo suficiente y necesario para organizar el Club y planificar el próximo curso adecuadamente. Es bueno ser hábil en el manejo de los tiempos, pero sería mejor que fuese en beneficio de los intereses del Club en lugar de en beneficio propio. Tan solo es otra percepción.