EL anuncio por parte de la Fundación Solomon R. Guggenheim y el Ayuntamiento de Helsinki del acuerdo para desarrollar los estudios tendentes a la futura apertura de un museo en la capital finesa viene a confirmar una vez más que el modelo Guggenheim Bilbao, además de haber servido de motor de la transformación de la villa, sigue siendo un ejemplo en el que se miran todas aquellas urbes que pretenden un desarrollo social, económico y cultural similar al experimentado por la capital de Bizkaia y su entorno a raíz de la inauguración del museo diseñado por Frank Gehry. El propio alcalde de Helsinki, Jussi Pajunen, no ha dudado en recalcar que ha sido "el ejemplo de Bilbao" el que ha inspirado una iniciativa que, además, tendría, como en el caso bilbaino, la financiación pública que también se da en el caso del Guggenheim de Abu Dhabi o a través de Deutsche Bank en Berlín, pero que curiosamente ahora se trata de poner en cuestión en Euskadi desde los más altos niveles del Gobierno vasco y su Departamento de Cultura de cara a la futura renovación del convenio con la Fundación Guggenheim. Pero no se trata de reabrir un debate aletargado. Entre otros motivos porque, pese a lo que pudiera desprenderse de las palabras de los máximos responsables del Ejecutivo que preside Patxi López, no es un problema de disparidad entre dos modos distintos de entender la cultura -que también- sino sobre todo de una diferencia mucho más amplia en la visión global del país. Una diferencia que supera sin embargo las ideologías y, por ejemplo, también se traduce en la promoción turística del centro del territorio Guggenheim, de Bilbao y Bizkaia, a través del valor añadido de lo específico y lo innovador que prácticamente certifican el éxito frente a la homogeneización de la imagen (y no sólo de la imagen) de Euskadi que se pretende desde el Gobierno vasco en el totum-revolotum de una oferta estatal incapaz de despojarse del todo de las rémoras del tipismo. Se trata, en realidad, de analizar las posibles consecuencias a medio y largo plazo de la elección de cada uno de esos dos distintos modelos para lo que Pajunen ha definido como objetivo: "prosperar en un mundo cada vez más interconectado y competitivo" en el que al tiempo que se diluyen las fronteras y estructuras que históricamente se han atribuido a los Estados en ámbitos mucho más amplios, se valora y cotiza lo cualitativamente peculiar, la distinción en sus dos acepciones: roble y titanio en definitiva. Y Guggengheim Bilbao es, como demuestran los intentos de otras ciudades por transferir la iniciativa y trece años de indudable éxito como tractor cultural y económico, un ejemplo inmejorable que sólo se puede denostar -como ha hecho algún responsable institucional incluso en foros internacionales- si no se ha comprendido hacia dónde se encamina el mundo en el siglo XXI.