UNA pequeña concatenación de exigencias primarias para cualquier gobierno, un par de frases comunes a todo gobernante y una idea -ya utilizada con anterioridad- levantada sobre lo inconcreto. Los seis folios y medio del discurso de fin de año de Patxi López -a quien se debe agradecer la brevedad en la inconsistencia al menos en su intervención- son el mejor reflejo verbal de un Gobierno que ha venido siendo reiteradamente contestado por una abrumadora y creciente mayoría de la sociedad vasca desde que los socialistas, merced al acuerdo con el PP, desalojaron del mismo al PNV. López ni siquiera hizo el esfuerzo de evitar ámbitos polémicos para su Ejecutivo, aunque obviara las polémicas. Así, se dirigió a "las personas que peor lo están pasando" como "nuestra principal preocupación" a pesar de las anunciadas retiradas de la Renta de Garantía de Ingresos o de las ayudas de emergencia social; o citó a Xabier Lete pese a los recortes en las aportaciones al desarrollo del euskera por su gobierno; o incluyó la apuesta educativa por "introducir el inglés y las nuevas tecnologías en nuestras escuelas" aun tras los problemas que las carencias de ambas iniciativas generan en esas escuelas; o rescató la imagen de la "metrópoli del talento" pero no para crearla a través de la investigación, el desarrollo o la innovación, sino como una mera unidad geográfica con la Y vasca como nexo; y hasta se permitió la boutade de reivindicar "una mayor democratización de la gobernanza mundial para poner límites a los poderes que no están sujetos al control ciudadano" sin insinuar siquiera que esa falta de control por la sociedad no se encuentra sólo en el nivel globalizado. Por supuesto, en el ámbito que se podía prever más inestable -la espera de un inminente comunicado de ETA mediatizó toda la preparación y ejecución del discurso- tampoco se salió López del tono y los términos habituales. Fue, en definitiva, un discurso sin motivo ni motivación, forzado a fuerza de realidad social y obligado por la propia realidad de un Gobierno sin proyecto a corto, medio o largo plazo más allá de la constitucionalización de Euskadi, de un Gobierno reiteradamente acusado por sus gobernados de inacción e incapacitación, de un gobierno que, cerca ya de la mitad de la legislatura, aún se autodenomina inexperto. Euskadi, incluso si fuese cierto que nuestra economía mejora, exige mucho más que palabras que solo encierran una especie de buenismo que retrotrae a los primeros tiempos de Zapatero. Exige, en primer lugar, que esas palabras sean concretas, que trasladen proyectos palpables, visibles, no ideas de cartón-piedra para una tramoya ideológica que no convence a nadie. Y, sobre todo, exige hechos. López no puede pretender gobernar, seguir gobernando, envuelto en su propio alegato para no oír el clamor de una sociedad que ni le respalda ni le entiende. Aunque también obviara esto en su discurso.