HACE tres semanas, el Gobierno vasco pretendió ocultar tras la Copa del Mundo de fútbol otro galardón que lo consagra como campeón del mundo de la ineficacia.

En noviembre del pasado año, un enfático Gobierno presentaba por boca de su portavoz su propio calendario legislativo. Tenemos que situarnos en el momento. El Gobierno había acabado de recibir un sonoro suspenso en todos los indicadores del Euskobarómetro. La población vasca suspendía al lehendakari, suspendía a su Gobierno y no aprobaba el pacto político PSE-PP que lo sustentaba. La conclusión del Gobierno fue inmediata, diagnosticaron que lo que padecían era en realidad un "problema de comunicación" y se pusieron manos a la obra a solucionarlo.

La primera cuestión a la que tenían que enfrentarse era que se trataba del primer gobierno conocido que no contaba con un programa de gobierno conocido. Obviamente es prácticamente imposible que el PSE y el PP puedan acordar un programa de gobierno común, cuando es público y notorio que no tienen nada en común. Sus respectivos programas son antagónicos en las cuestiones centrales de un programa de gobierno, temas mayores como la política económica o la fiscal, la atención a los servicios sociales o la gestión de las principales políticas públicas, como son la educación o la sanidad. Pero, como digo, el Gobierno diagnosticó que tenía un problema de comunicación y lo resolvió como procede, con más comunicación.

El Gobierno vasco se presentó ante la población vasca y le comunicó lo siguiente: el calendario legislativo es la "expresión" del programa de Gobierno. Esto es, no hay programa, pero el calendario legislativo hace las veces de programa.

La presentación del programa se constituyó en sí mismo en todo un acto de comunicación del Gobierno. Lo importante era el fondo, pero también la forma. En el fondo, ahora resultaba que los ciudadanos iban a verse gobernados por un gobierno de verdad, un gobierno que legisla en respuesta a las necesidades y demandas de la población, que ocupa su tiempo en lo importante. Y a pesar de que el personal es buen entendedor, el Gobierno del cambio no se recataba en recordar y repetir que este era el auténtico cambio, porque los gobiernos anteriores ni legislaban, ni administraban, ni atendían a los problemas de la gente. Había llegado el cambio de verdad, con mayúsculas. Pero no solo en el fondo, también en las formas. En noviembre del pasado año, tuvimos que escuchar que el Gobierno hacía un ejercicio de transparencia y compromiso público, algo inédito, otro cambio, y por supuesto nueva vuelta de tuerca a la opacidad y falta de compromiso de sus antecesores.

Ahora ha llegado el momento de la verdad, el momento de la transparencia, el momento de dar cuenta pública de los compromisos, el momento de presentar los hechos y no las palabras. Y ¿con qué nos hemos encontrado? Con que de las 24 leyes previstas, el Gobierno ha aprobado exactamente 3. La nota resultante es un 1,25 sobre 10, lo que significa que este Gobierno no es que tenga un suspenso, sino que tiene lo que en Educación se califica con un "muy deficiente".

Y además, con una "actitud negativa". Porque no es de recibo que esta auténtica debacle legislativa no se dé a conocer en la Cámara legislativa, en el Parlamento Vasco. Durante meses, los parlamentarios han estado interesándose y preguntando al Gobierno por la marcha de estas dos docenas de leyes. Este Gobierno, y también su socio preferido, han ocultado la situación, han eludido informar y dar cuenta de la misma. Ha llegado el momento de la verdad y el Parlamento ha tenido que solicitar la comparecencia urgente del lehendakari. Una comparecencia que en una dinámica parlamentaria normalizada no tendría por qué haberse producido. Lo normal hubiera sido que los grupos parlamentarios hubieran tenido noticia de este aplazamiento legislativo masivo. Y de no haber sido así, lo normal (segunda parte) hubiera sido que el propio lehendakari hubiera solicitado su comparecencia para dar cuenta de la situación. Ni lo uno ni lo otro, ni lo de más allá, ni se legisla, ni se informa, ni se solicita la comparecencia. Auténticamente, nota muy deficiente y actitud negativa.

Durante la presente legislatura estoy teniendo la constatación permanente de que el Gobierno y la férrea alianza PSE-PP no están a lo que tienen que estar. Aunque parezca paradójico, están obsesionados con los simbólico y lo identitario. Han dedicado una atención y tiempo desmedido a temas que no son mayores y estos les desvían la atención sobre lo auténticamente importante. Se han entretenido con declarar fiesta por ley el día 25 de octubre, sin buscar y ni siquiera pretender el consenso de los grupos. Han planteado propuestas parlamentarias en torno a la selección española de fútbol o la Vuelta a España. Se han preocupado y ocupado de mapas y banderas.

Pero ahora ha llegado la hora de la verdad y su balance es paupérrimo. La sociedad sabe que han aprobado leyes y normas sobre el "plan de estadística" o la "publicidad institucional", que se han ocupado de la caza y el tabaco. Pero la sociedad tiene que saber sobre todo que estaban comprometidas y no han cumplido en aprobar las leyes relativas a la Vivienda, a las EPSV, a la política agraria, el medio ambiente o la juventud. Para estas leyes el Gobierno del cambio y la entente PSE-PP no han tenido tiempo. Hoy, Shakespeare les mira a los ojos y les dice: "Malgasté el tiempo, ahora el tiempo me malgasta a mí".

Esta es la realidad, un año y medio malgastado, desaprovechado, inutilizado, por un Gobierno sin pulso y sin capacidad. Un Gobierno que está cambiando Euskadi a peor y que no puede ocultarse detrás de una copa del mundo de fútbol, porque es el claro vencedor en el campeonato del mudo de la ineficacia.