UNA trabajadora paraguaya, conocida mía y administrativamente irregular, dejó de regentar una panadería de barrio (cuya marca da la sensación de harina bien amasada). A mi conocida, al parecer, alguien le había dicho que si una inspección de Trabajo daba con ella en ese puesto la multa que le caería sería guapa. Quizás eso no la empujó a cerrar el comercio, porque tenía claro que no pagaría ella, pero sí le ayudó a tomar la decisión de dejarlo y refugiarse en la ilegalidad de un empleo doméstico. No obstante, lo real es que esta empresa, sin ningún empacho, le hacía fungir como autónoma, no le permitía vender productos exóticos, le escondía y patrocinaba la ilegalidad, le pagaba un salario más bajo, evadía el pago de la Seguridad Social y además le exigía un tope de ventas que superaba con creces lo que a ella le daban. Cuando me preguntaba qué hacer, yo no tenía posibilidades de ayudarla, sólo en escucharla y tratar entre ambos de interpretar el lenguaje actual de las políticas migratorias del Estado español, del Gobierno vasco y el más contradictorio: el de las organizaciones de apoyo a inmigrantes y refugiados.

La otra realidad era cuando me preguntaba cómo y quién podría ayudarla a conseguir sus papeles. Pensé que ya no podía recurrir a Heldu y entonces ¿dónde podían aconsejarla? Le dije, además, que ni pensara en buscar una organización de apoyo a inmigrantes porque hay algunas que no cumplen sus cometidos ideológicos y demuestran su carencia de ideario en un lenguaje que hoy tiene un tono y mañana, cuando le abren las fauces de una poderosa subvención, otro. Que están dando marcha atrás en la defensa de las personas migrantes y, por el contrario, se ponen del lado de quien asume las reformas con la insignia del poder, del que da con el látigo en nombre de la democracia europea moderna, que construyen muros y ¡peor! estructuran un clasismo de altos costes sociales. En resumen, esas organizaciones aquí, en Euskadi, tienen claro que para no desaparecer necesitan no excluirse; aunque el precio sea trasegar una suerte de nepotismo o hacer la ola a los políticos retóricos ubicados en altos cargos.

Me atreví con una metáfora trágica para explicarle a mi conocida la situación actual, mientras me contaba sobre su familia y la sensación de inestabilidad que tienen con la enfermedad del presidente Lugo. Comencé diciéndole: "Creo que los soldados no cambian de bando si pelean por un país y que en el terreno de su dignidad mueren por él y por su futuro". Le dije que así veía a los trabajadores de lo social, como "guerreros contra un mundo deshumanizante que pretende eliminar el suyo con recortes sociales y a la sencilla humanidad de los pobres". Continué: "Así veo en concreto a las personas que ayudan a los migrantes, rostro visible de la desproporción social global". Luego le dije que "así también veía a organizaciones que apoyan a los y las asiladas, a los refugiados, y a las que su leitmotiv es la vida de los migrados a Euskadi".

Pero también le confesé que ahora ya no las veía así a todas. Le dije "yo no soy nadie en esta sociedad porque estoy en mi rincón y desde el asociacionismo humilde y sin recursos doy patadas de ahogado tratando de ejercer el derecho a la invisibilidad". Después le pregunté, "¿sabes por qué pienso así? Porque la ONG que podía ayudarte la ha cerrado el Gobierno vasco y a las ONG de apoyo a inmigrantes y de refugiados, las veo devoradas por el acomodo político". También le comenté que centraba su error en un espíritu indolente al que un discurso político les conviene hoy y mañana, no. Que se gastan parte de su presupuesto en fiestas multiculturales cuando ese concepto no se aplica en todos los ámbitos sociales de la vida política de este país. Que no se enfrentan al Estado que niega derechos o los maquilla, que los asilados y refugiados son tratados con desprecio como si fueran doblemente culpables: uno, por salir de los países donde los van a matar, y dos, porque cierto pensamiento les considera piezas de mafias y que todos y todas están pagando dinero por esa condición. Y le dije que frente a ese etiquetamiento las ONG de defensa de los asilados y asiladas, no defienden a nadie y pregonan en los escenarios políticos su legitimidad de esa defensa, pero en los cimientos de la sociedad y en los colectivos de refugiados no están legitimados y sus acciones son borlas del decorado político del partido de turno que les usa para fines justificatorios diversos. En resumen, que se han transformado en organizaciones de empleados bien pagados, en una élite social aburguesada de supuestos luchadores por los derechos humanos. Es una pena, le señalé, que sirvan para que la ultraderecha aprenda de éstas, de su discurso social, para hacer más de derecha sus políticas represivas después de que tengan de nuevo el poder o simplemente para saber qué es lo que se debe atacar.

En ese mismo plano, le remarqué en concreto que parecido están haciendo las que defienden a las personas migradas, las ONG supuestamente de apoyo, las que van a los parlamentos a fortalecerse con los políticos del gobierno de turno para firmar convenios, acuerdos, y todo lo perteneciente a la madeja politiquera. Decepciona, le indiqué, saber de esas organizaciones de defensa, de apoyo, que entran con los principios a una comparecencia ante esos parlamentarios, con el discurso progresista y al salir están convencidos que el efecto será el contrario; que han logrado su objetivo, no serán excluidas del reparto del presupuesto que va dar el Gobierno, en este caso el vasco y su Dirección de Inmigración, a las asociaciones que más representación tengan y que -según palabras de su director actual- se van a fortalecer. ¿Son las que más hacen por la inmigración? ¿Las de inmigrantes? ¿Las que gozan de plantillas multiculturales? ¿Las que más les critican y están en desacuerdo con esas políticas socialistas?

Luego le pregunté cuántos de esos trabajadores de las organizaciones de apoyo, o de defensa, habían ido allí o habían denunciado a esa panadería que según me cuenta tiene por todo Euskadi una cantidad importante de personas como ella, abusadas. Le pregunté si creía que esas organizaciones encaran el problema por donde debe ser y si sabía cuáles son sus intereses. Como no podría ser de otra forma, me respondió que seguiría en la ilegalidad a la que ya está acostumbrada. Luego, me calló cerrando las últimas bolsas y el candado. Me despedí y pensé en todo esto, mientras que, a más de diez mil kilómetros de distancia, la familia de esta buena chica seguramente no sabe que ella también sufre por su presidente y que menos lo saben las organizaciones de apoyo, a las que ni Lugo ni mi conocida, les interesan al menos en la práctica. Y es que en el arte de la demagogia la situación ya está regulada. Saben que lo deben hacer.