La mar siempre ha causado en mí gran atracción, nos sugiere viajes, aventuras, mundos nuevos, a la vez que su contemplación relaja.
En los primeros años de la década de los setenta, en pleno franquismo, a través de Antón Ormaza pude hacer una marea del bonito, en el que quizá fuera entonces el mejor barco pesquero de Bermeo, el Carnaval.
A Antón Ormaza lo conocí a través de actividades en la clandestinidad y para mí era un poco como un héroe de película: gran luchador nacionalista había padecido persecución y cárcel. Burukide del entonces ilegal PNV, se paseaba por Bermeo entre saludos respetuosos de la gente. Yo comentaba a los amigos que Ormaza mandaba en Bermeo más que el alcalde. Era un abertzale.
En el Carnaval la actividad terminaba en cuanto se ponía el sol y yo, poco acostumbrado a estos horarios, solía quedarme hablando con el arrantzale al que le tocaba guardia para vigilar los viveros con los cebos. Un día le pregunté a mi compañero de tertulia nocturna: "Oye, ¿tú qué opinas de Antón Ormaza?". Él, sin dudarlo, me respondió: "Es una buena persona, muy buena persona... pero tiene un defecto: ¡Se mete mucho en política!".
Yo admiraba a Ormaza por su patriotismo y su consecuente lucha, precisamente por las cualidades que para aquel arrantzale eran un defecto. Esta anécdota me dio la medida de la calidad humana de Antón, que además de abertzale era sobre todo una muy buena persona.
Hoy, cuando Antón Ormaza nos ha dejado, cuento esta anécdota sobre un hombre que espero sea ejemplo para generaciones futuras.