LA suspensión provisional por la Unión Ciclista Internacional (UCI) del triple vencedor del Tour de Francia, Alberto Contador, tras serle detectados restos de clembuterol en un control anti-doping de orina realizado el 21 de julio pasado, en la segunda jornada de descanso de la ronda francesa; y la comunicación por la misma UCI de sendos positivos por hidroxyethyl de Ezequiel Mosquera, segundo en la pasada Vuelta a España, y su compañero David García, en controles realizados el 16 de septiembre, vuelven a golpear a un deporte, el ciclismo, castigado continuamente en las últimas décadas por los escándalos de dopaje. Cierto es que, de momento, ambos casos no son comparables. Contador no ha sido considerado oficialmente "positivo" y las 50 trillonésimas partes de gramo de clembuterol -un broncodilatador que ayuda a aumentar la masa muscular- detectadas le permiten una defensa científica y jurídica mientras que el hidroxyethyl detectado a Mosquera y García, a la espera de la confirmación del contraanálisis, aumenta el volumen sanguíneo y favorece el transporte de oxígeno por los glóbulos rojos, lo que lo convierte en inexplicable. Pero tanto uno como los otros coinciden en extender la sombra de la sospecha, si no algo más, sobre el ciclismo. Quizás porque la merece. No se puede, ni debe, ocultar que es la modalidad deportiva más controlada, que otros deportes sin controles tan rigurosos también han sido protagonistas de situaciones similares o que las propias características de dureza y extensión de la modalidad de gran fondo del ciclismo, las grandes pruebas por etapas, parecen propicias para que el ciclista se sitúe en la frontera de lo legalmente permitido e incluso llegue a traspasarla. Basta repasar la nómina de vencedores de los quince últimos años en Tour, Giro y Vuelta para hallar una quincena de grandes corredores sancionados, involucrados o firmemente acusados de prácticas dopantes. Tampoco cabe excusar a la propia sociedad, ávida de héroes a quienes encumbra con la misma facilidad que los derrumba y de competiciones que lleven a los deportistas al límite del cuerpo humano. Pero, en cualquier caso, la reiterada incidencia del dopaje aboca al ciclismo a reinventarse a sí mismo, a ser pionero en la evolución hacia una nueva forma de entender el deporte de élite del mismo modo en que lo ha sido en el desarrollo de las aportaciones médicas, legales e ilegales, a la mejora del rendimiento del deportista. Y para lograrlo sólo tiene dos caminos: seguir incrementando y mejorando los controles a los ciclistas al tiempo que su educación o terminar con la hipocresía existente en todos los ámbitos, del espectador a los propios corredores, de los equipos a las empresas, de los directivos y federativos a las autoridades deportivas nacionales. Aunque ambos sean, ciertamente, más largos y difíciles que cualquier etapa alpina o pirenaica.