Bajarse del pedestal
El popular dicho no hay mayor desprecio que no hacer aprecio parece comúnmente aceptado. Pues bien, como no es mi estilo despreciar a nadie, he hecho un pequeño esfuerzo para leer la entrevista de Concha Lago a don Mario Iceta (DEIA, 26-VIII-2010). ¡Qué queréis que os diga! Esperaba algo más universal de un obispo de 45 años, con un bagaje cultural importante. No deja de ser una impresión personal, pero diría que su minidiscurso es ininteligible para la inmensa mayoría de los seres humanos que poblamos la Tierra.
El primer impacto, bastante insufrible, por cierto, es una sensación de arrogancia en sus palabras. Ese estar en posesión de la verdad absoluta te echa para atrás. Ni corto ni perezoso, se autoproclama enviado del Dios hecho visible en el hombre de Nazaret. A continuación, con semejante título no tiene ninguna dificultad en considerarse justificado en todo cuanto hace y dice.
Se nos muestra dogmático en el tema del aborto, viéndosele más propenso a condenar que a amar a los vivos abandonados a su suerte.
Este último tema se merece una reflexión y algunas preguntas. Situémonos ante estas tres realidades: una mujer que ha tomado la siempre traumática decisión de suspender su embarazo, un niño de la calle abandonado por sus padres y un feto al que se ha negado el derecho a la vida. ¿En cuál de ellas volcarías tu amor y compasión, amigo lector? ¿Machacarías a las personas vivas y llorarías desconsoladamente ante el embrión humano muerto? Personalmente, lamento que haya gente dispuesta a hacerlo, al menos en un plano teórico. Criminalizan a la mujer y le condenan sin dejar el más mínimo resquicio a una actitud comprensiva. Denuncian el pecado de los padres sin mover un dedo en favor del niño desamparado. Utilizan descaradamente al feto como arma arrojadiza en contra de quienes no piensan como ellos. ¡Caramba con los puritanos, ricos y poderosos, empeñados en ver las pajitas en ojo ajeno, sin percatarse de la viga en el propio!
Afortunadamente, son mayoría el ejército de gente solidaria que se inclina por volcar su amor en los vivos necesitados de compasión, sin dejar de trabajar para que no se repitan ni abortos, ni abandonos. Quiero creer que don Mario, en el fondo, está con estos últimos. Ojalá sea capaz de saltar de su pedestal, tocar tierra firme y predicar con el ejemplo. ¿Qué tal dedicar un poco de su tiempo y dinero en apadrinar a alguna de esas madres solteras condenadas a vivir en condiciones precarias?