Semana Grande en San Sebastián. Martes, después de los fuegos artificiales, a eso de las 23.10 horas; lo sé porque el cansino músico de la avenida de la Libertad interpreta una vez más el tema Yolanda de Silvio Rodríguez. Como siempre en estas fechas, me dirijo con unos amigos y sus hijos pequeños a coger sitio en primera fila para los toros de fuego.
Los niños se sientan pacientemente en el suelo junto a la cinta amarilla que les prohíbe el paso. Ellos saben que tienen que esperar un cuarto de hora para que abran el acceso, pero no les importa. Todavía se acuerdan de Federico, el simpático y entrañable policía municipal que les amenizaba la espera. Pero hace ya dos años que no está él, ahora han puesto en su lugar a tres Robocops, con sus pistolas, esposas, sprays de gas y con ese aire de prepotencia que algunos se piensan que les confiere el uniforme.
A la primera que un pequeño delincuente roza suavemente la cinta… "Chiiissssst, no toques la cinta". A la segunda: "¿Qué te he dicho antes? ¿Quiénes son tus padres?". Hasta aquí, algunos dirán que esta situación es muy común y entra dentro de la normalidad, pero lo que ya no es habitual es que una madre oiga a uno de los policías decir a los otros dos: "…Yo les daba a éstos en toda la boca…". ¿Dónde entrenarán a esta gente? Creía que para llevar una placa y una pistola como agente de la autoridad, al menos habría que pasar unas pruebas psicológicas. Más les valdría a estos Robocops poner las mismas agallas para otros menesteres más delicados y peligrosos.
¡Vuelve Federicooooo!