lAS preguntas sin respuesta se acumulan cada vez que sucede una tragedia inesperada en la que la intervención humana -por acción u omisión- es la causante de la muerte de un buen número de personas. El gravísimo suceso que ha causado el fallecimiento de 19 jóvenes y ha dejado cerca de 350 heridos debido a una avalancha humana durante la celebración de la Love Parade en la localidad alemana de Duisburgo no es una excepción. Pero ello no significa, en modo alguno, que no deban exigirse con toda contundencia primero respuestas y después responsabilidades por lo sucedido. En ese sentido, las primeras intervenciones públicas tanto de los organizadores de la macrofiesta tecno como de las autoridades fueron ayer no sólo decepcionantes, sino en muchos casos irritantes, dadas las graves consecuencias que ha tenido, con la lógica repercusión mundial tanto por su dimensión como porque a esa fiesta acudieron más de un millón de personas, en su mayoría jóvenes procedentes de toda Europa. De ello dan fe las procedencias de los fallecidos, ya que entre estos hay dos españolas, un holandés, un chino, un australiano y un italiano. Varias son las cuestiones que arrojan serias dudas sobre el proceder de la organización y de las autoridades que acogieron el macrofestival, convertido en realidad en una parada de la muerte. En primer lugar, el sitio escogido para la celebración de la fiesta, ya que el recinto que debía acoger a cerca de millón y medio de personas apenas podía albergar a 250.000, lo que siempre es un riesgo de seguridad que no puede pasarse por alto. De hecho, meses antes de su celebración, tanto los bomberos como la policía local habían advertido de los problemas que existían en Duisburgo ante la magna concentración humana que se preveía, toda vez que la Love Parade ha congregado a centenares de miles de jóvenes en años anteriores. Si esto es así, nadie puede entender que los organizadores y el ayuntamiento no tuvieran en cuenta estas advertencias y decidieran celebrar el festival en un recinto de apenas 230.000 metros cuadrados, a todas luces insuficiente. Asimismo, el acceso único al recinto a través de un estrecho túnel, sin salidas de emergencia, puede considerarse una temeridad. También el dispositivo de seguridad montado en torno al evento está siendo objeto de debate. Las imágenes de la tragedia hablan por sí solas, pero también los testigos y supervivientes, que acertadamente califican lo vivido de "infierno". Sin embargo, los responsables de la organización no aciertan más que a decir que "no tienen respuesta" a estas cuestiones, que son absolutamente básicas y previas a la celebración de cualquier acto de esta envergadura. No basta con llorar a las víctimas. Los macroconciertos y actos multitudinarios a los que acuden jóvenes de toda Europa están ya a la orden del día y no es de recibo el mensaje que queda tras la tragedia del sábado, que no es otro que el que su organización puede estar entre la improvisación y la negligencia.