EL presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, ha evidenciado durante el largo debate en el Congreso de los Diputados que ha cambiado de ciencia dentro de su al parecer perenne abulia política. Con la misma ausencia de enjundia que le llevó a obviar durante meses las evidencias de la crisis económica, ha pasado de la geometría, más voluble que nunca en lo que se refiere a sus intereses, al empleo de una semántica sin contenido real como único argumento a la hora de afrontar la otra crisis, la del modelo de Estado, que brota de las raíces del continuado incumplimiento de los derechos históricos y de los pactos que Catalunya y Euskadi aceptaron hace más de tres décadas. La sentencia contraria al Estatut del TC en el primer caso y la continua contravención estatutaria coronada con el intento uniformador que subyace en el pacto PSE-PP -ayer trasladado al Congreso- en el segundo no son sino dos formas de soslayamiento de la voluntad de las sociedades vasca y catalana que Zapatero ha permitido, y espoleado, para finalmente sufrir sus consecuencias en la propia gobernabilidad del Estado. Sin embargo, el presidente español y su Ejecutivo optan de nuevo, como hicieron con la crisis económica durante casi dos años, por rehuir el problema, dilatándolo, al refugiarse en una esgrima dialéctica que trata de eliminar el concepto del autogobierno a través de la dilución del significado de las palabras que lo definen. Se comprueba en la propuesta pactada por PSOE y PSC, y luego derrotada ayer, frente a la de CiU, ERC e ICV que recogía la declaración del Parlament -apoyada en Catalunya por los socialistas catalanes- y también en la docena de enmiendas y el rechazo junto al PP de 13 de las 15 resoluciones con las que el PNV trataba de testar la voluntad real de Zapatero y que los socialistas han pretendido disfrazar de posibilismo aun cuando llevaban implícita la negativa a los nacionalistas vascos en todo lo referido a los fundamentos del autogobierno y, como consecuencia, el no del PNV al techo del gasto presupuestario. La política socialista, y la de Zapatero, se reduce a palabras que sólo pueden comprenderse huecas, tan huecas como aquel talante que los socialistas acuñaron en la primera legislatura, tan huecas como la "España social" que ha durado lo que Zapatero tardó en admitir lo inevitable de las consecuencias de su ineficacia ante la crisis y tan huecas como la "España plural" que se derrumba tras la sentencia del TC y las políticas tendentes a limitar los hechos diferenciales de las comunidades históricas en el marco de la generalidad autonómica. En consecuencia y salvo inesperada rectificación de los principios básicos que han determinado su actitud -o su falta de actitud- setiembre será para el programa político de Zapatero lo que mayo constituyó para su programa económico.