mÁS de 25.000 personas -científicos, expertos, activistas, seropositivos y personalidades de todo tipo- toman parte estos días en la XVIII Conferencia Internacional del Sida que se inauguró ayer en Viena. Bajo el lema Derechos aquí y ahora, el encuentro pretende ser un nuevo aldabonazo con repercusión mundial sobre la tragedia que día a día padecen millones de personas infectadas y enfermas, muchas de las cuales no disponen de tratamiento alguno ni de los cuidados necesarios. Tampoco en materia de prevención. En este sentido, las duras palabras de Julio Montaner, presidente de la Sociedad Internacional del Sida, calificando de "irresponsabilidad cercana a la negligencia" la actitud de "indiferencia" y ausencia de voluntad y compromiso de los países vienen a certificar que el drama que año a año se cobra la vida de miles de personas precisa de una especial atención por parte de la opinión pública para que la presión obligue a países y organizaciones internacionales a actuar. No en vano, tal y como recuerda la Conferencia de Viena, los famosos Compromisos del Milenio fijados en 2000 establecían como objetivo que para 2010 todos los pacientes tuvieran tratamiento, compromiso que fue ratificado también por la ONU en 2005. La cruda realidad es que entre once y catorce millones de personas en el mundo no disponen de tratamiento alguno. Es evidente, además, que la actual situación de crisis global ha afectado de forma muy negativa a la expansión de la pandemia. Los grandes avances médicos han logrado controlar -que no erradicar ni curar- la enfermedad, por lo que la ausencia de tratamiento universal es un grave atentado a los derechos humanos: existen los medios, pero falta voluntad política para extenderlos. No cabe duda de que la ampliación del tratamiento contra el virus es una actuación muy cara. Onusida la ha calculado en 25.000 millones de dólares, que, en momentos de crisis como los actuales, parecen algo inalcanzable. Pero en este asunto cabe preguntarse, y así deben hacerlo los países más ricos, por el coste de no abordar de forma integral la lucha contra el sida. Es necesario, por decirlo de alguna manera, un cambio radical en las prioridades porque, como dijo ayer el director de Onusida, Michel Sidibé, "una generación sin sida está al alcance de la mano". Esta certeza debe obligar a poner en marcha actuaciones reales. Evidentemente, hay que comenzar por políticas eficaces de prevención, que, paradójicamente, están fallando pese al aparentemente sencillo acceso universal a la información. Pero también hay que profundizar en el campo de la investigación y el tratamiento. Y en gran medida también en el objetivo central de la Conferencia de Viena, esto es, en reivindicar el respeto a los derechos de los seropositivos, aún discriminados, excluidos y estigmatizados.