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Quien calla, ofende

La ausencia de reacción por parte del PP ante la afrenta de sus cargos públicos a la efigie del lehendakari Agirre sólo puede significar que les otorga la impunidad que aquellos ya preveían y por tanto comparte el acto y su significado

LA absoluta falta de respeto mostrada por una quincena de cargos públicos y simpatizantes del PP al mezclar en la noche del pasado domingo su exaltado entusiasmo por el triunfo de la selección española en el Mundial de Sudáfrica, no exenta de una interesada explotación política del éxito deportivo, con la exacerbación de su nacionalismo español cuando posaron en actitud ciertamente reprobable junto a la efigie del lehendakari José Antonio Agirre sita en la bilbaina calle Ercilla, a la que colocaron la enseña rojigualda; supone mucho más que un error en cuanto al cálculo de las consecuencias que de dicho acto pudieran derivarse si salía de su restringido ámbito y llegaba a la opinión pública. Quienes posaron sobre la efigie de José Antonio Agirre con la bandera española conocían perfectamente la personalidad, historia, trayectoria e ideología de aquél a quien honra la estatua, como sabían que lo que protagonizaban no era una mera salida de tono producto de una desmedida euforia, sino un agravio y una ofensa a quien sufrió exilio y persecución por la misma dictadura franquista que ni ellos ni su partido han condenado aún. Sabían también que dicha acción insultaba a todos aquellos que, siguiendo el legado de Agirre y de otros como Agirre, se sienten nacionalistas vascos al menos con igual derecho, a la vista de los hechos no respetado, que ellos poseen y reclaman a sentirse y expresarse como nacionalistas españoles. Y sabían que el acto era una falta de respeto institucional a quien formó y lideró el primer Gobierno vasco, salido de una legalidad que fue eliminada por las armas. Sólo porque sabían todo eso cometieron la afrenta. Si acaso, el error se podría llegar a admitir en las únicas dos personas, Pilar Aresti y Marisa Arrúe, que siquiera han solicitado públicamente disculpas por una acción más que lamentable, aunque sean forzadas por la necesidad de paliar el daño a su imagen política consecuencia de la publicación de la fotografía. En el silencio del resto de los protagonistas, siete de ellos cargos públicos del Partido Popular, se adivina falta de arrepentimiento y, por tanto, satisfacción personal por la comisión de la ofensa, muestra quizá de lo que se puede esperar del nuevo régimen de normalidad que, dicen, pretenden implantar en Euskadi. Y, desde luego, del silencio y absoluta falta de reacción de la dirección del propio PP del País Vasco, precisamente cuando trata de abrir un nuevo tiempo en su relación con el PNV, partido de Agirre, se puede deducir que, lejos no ya de condenar textualmente la acción como ellos exigen sino incluso de emitir públicamente sus excusas, comparte el ultraje, comete otro ultraje, al otorgar a sus miembros la impunidad que éstos ya intuían en su dejación de la responsabilidad, de la moderación e incluso de la educación que la sociedad demanda a todo cargo público.