EL pueblo de Catalunya, la nación catalana, la ciudadanía que un tribunal absolutamente deslegitimado ha pretendido reducir a "una especie del género ciudadanía española", dio ayer una lección de civismo democrático, de compromiso social y político, de dignidad y de pluralidad más allá de ideologías. Catalunya se echó literalmente a la calle, inundando Barcelona de senyeras, para reivindicar con una sola voz su irrenunciable carácter de nación y su firme voluntad de autogobierno sin injerencias. Bajo el lema Som una nació. Nosaltres decidim (Somos una nación. Nosotros decidimos), una impresionante marea humana sobrepasó cualquier previsión y secundó la convocatoria de movilización en favor del Estatut aprobado por el pueblo catalán. El carácter multitudinario de la marcha impidió en la práctica que la propia manifestación tuviera un principio y un fin convirtiéndose en un hito, en la mayor movilización en la historia de Catalunya. La ciudadanía catalana habló alto y claro ante la decisión del Tribunal Constitucional (TC) de tumbar gran parte del contenido del Estatut aprobado hace cuatro años por el Parlament catalán, las Cortes Generales españolas y el propio pueblo catalán en referéndum. No cabe duda de que la torpe provocación del TC, arrastrada durante cuatro largos años y que tuvo su cénit en la decisión de dar a conocer el contenido de la demoledora sentencia contra el Estatut horas antes de la manifestación, fue el mayor argumento en favor de la movilización. Una sentencia calificada con acierto por los organizadores de la marcha de "no admisible democráticamente" y de "ataque a la soberanía del pueblo de Catalunya y a la democracia". Nacionalistas, no nacionalistas, federalistas, independentistas, soberanistas y, en definitiva, ciudadanos catalanes que no están dispuestos a que se ponga en duda el carácter nacional de Catalunya ni de, en consecuencia, su derecho a decidir, dejaron bien claro que no van a ceder en la cuestión básica, porque está en juego su propio futuro como pueblo. La nutrida representación vasca en Barcelona tiene también un gran significado, ya que a nadie se le escapa que la decisión del TC sobre el Estatut tendrá, si no se remedia, efectos demoledores sobre las legítimas aspiraciones de Euskadi. Si, según el TC en una de las pocas cosas que deja muy claras, "no hay otra nación que la española", se estaría negando también el carácter de Euskadi como nación, a expensas de que quede reducida a una mera condición retórica, sin efectividad alguna. La manifestación de ayer en Barcelona es la lógica respuesta no ya sólo a una provocación del TC, sino al problema que el propio tribunal ha creado, también para Euskadi. Supone, por tanto, el fin de una etapa. La decisión del TC es el pasado y Catalunya debe mirar al futuro. Porque después de la respuesta de la nación catalana, ya sólo es posible empezar de nuevo hacia un nuevo pacto constituyente.