TRAS un duro primer año, la agenda económica de Barack Obama -y también su reputación- van a ser de nuevo cuestionadas si se mantienen la alta tasa de desempleo, los grandes déficits presupuestarios y la pérdida de popularidad del presidente entre los votantes independientes, que tanto influyeron en su victoria de 2008. Bienvenido al segundo año, señor presidente, un año clave que requerirá una estrategia de limpieza del daño producido por la Gran Recesión, que ahora parece concluir, y en particular una atención especial al déficit federal y a la evolución del mercado de trabajo. Las elecciones legislativas de noviembre se decidirán probablemente a favor del partido del presidente si la administración Obama consigue convencer a los votantes de que la recuperación está en marcha y la recesión queda atrás. Si, por el contrario, los demócratas no consiguen resultados en el área económica, es muy probable que el partido pierda el control del Congreso y Obama la capacidad de legislar en favor del cambio que prometió en 2008 (que hasta ahora apenas se ha producido), con lo que su presidencia quedaría desdibujada.

Obama, que invocó con frecuencia "la urgencia del ahora" de Martin Luther King durante la campaña presidencial, no tiene tiempo que perder. Cuanto más duren las altas tasas de desempleo, que están ahora en torno al 10%, más probable será que un número elevado de personas decida dejar de buscar trabajo y engrose las listas de la pobreza en Estados Unidos. Por otro lado, la deuda del Estado ha alcanzado "niveles preocupantes", en palabras de Alan Greenspan, el anterior jefe de la Reserva Federal, y ello podría provocar un aumento en las tasas de interés a largo plazo. Y he aquí el dilema: un intento de reducir el déficit mediante el aumento de impuestos o la reducción del gasto conllevaría el riesgo de frenar la recuperación y aumentar el desempleo; pero si se escoge la vía de acelerar la creación de empleo mediante desgravaciones fiscales para los nuevos contratos o mediante el gasto en infraestructuras, el déficit federal aumentará de forma desmedida. "Obama tiene un margen de maniobra muy estrecho" afirma John Podesta, del Center for American Progress, un think tank de Washington. "El presidente quiere hacer el mayor esfuerzo ejecutivo posible en 2010 sin dejar de prestar atención a los problemas de deuda a largo plazo del país," lo que, dadas las actuales circunstancias económicas, equivale casi a cuadrar el círculo.

El presidente desea, además, impulsar las exportaciones mediante una nueva legislación que limite las restricciones de los productos de alto contenido tecnológico que pueden enviarse fuera del país. También está considerando un aumento en la inversión en tecnología de banda ancha con vistas al uso en el aprendizaje a distancia y en la sanidad rural. Y quiere extender los incentivos fiscales para las reformas domésticas que promuevan la eficiencia energética. Así pues, la estrategia principal para lo que queda de 2010 es impulsar la creación de empleo mediante una combinación de acción gubernamental directa, promoción de la inversión privada e impulso a las exportaciones. El problema es que, durante su primer año, el presidente ya intentó esta fórmula, sin resultados particularmente brillantes.

Obama ha conseguido anotarse una victoria con la aprobación del polémico proyecto de reforma sanitaria, algo que ningún presidente demócrata desde Harry Truman había logrado. Y, a pesar de un primer año decepcionante, sus ambiciones no paran ahí. El presidente intenta levantar una economía con "nuevos cimientos": una fuerza de trabajo mejor educada, empresas más responsables desde el punto de vista de la eficiencia energética, y una industria automovilística menos dependiente de combustibles fósiles contaminantes. En un escenario ideal, que nos recuerda a sus ya lejanas promesas de campaña, Obama quiere ver una economía impulsada por la inversión y las exportaciones, no por el consumo y la deuda. Y desea que los réditos del desempeño económico sean más ampliamente repartidos y que los períodos de expansión sean más prolongados. Todo esto no será posible si el presidente no convence a los votantes antes de noviembre de que los demócratas son capaces de resolver los problemas presupuestarios y el déficit y de mejorar la situación del mercado de trabajo. Y convencer a los votantes será una utopía si su administración no obtiene resultados económicos concretos en los próximos SEIS meses.

Charlie Cook, editor del Cook Political Report, una revista especializada en el proceso electoral norteamericano, estima que, a día de hoy, los demócratas perderían entre 4 y 6 escaños en el Senado y entre 20 y 30 en la Cámara de Representantes en noviembre, lo que no impediría que el partido del presidente continuara controlando el Congreso, aunque sin comodidad. En cualquier caso, casi todo lo que ocurra en Washington durante lo que queda de 2010 estará influido por las legislativas. Los asesores de Obama han discutido una posible reforma del sistema de Seguridad Social, pero es improbable que ello se lleve a cabo este año. También se ha propuesto un plan de mejora de las pensiones de jubilación, aunque en los mentideros de Washington se piensa que cualquier reforma se debería implantar en un plazo de tiempo lo suficientemente largo como para que no tenga un impacto decisivo en los presupuestos corrientes y en el déficit.

Algunos economistas de talante progresista, como Paul Krugman (Princeton) y Joseph Stiglitz (Columbia) se han preguntado con razón si la administración de Obama desea realmente llevar a cabo una agenda reformista en Estados Unidos. En efecto, el foco de atención se ha desplazado del estímulo económico a la ortodoxia presupuestaria y ello puede tener como consecuencia que las graves heridas que la recesión ha dejado en la economía estadounidense no restañen o no lo hagan con prontitud. Otros economistas argumentan que hay límites respecto a lo que el gobierno puede hacer en materia económica en una situación de crisis como la actual. Un paper presentado en febrero por Carmen M. Reinhart, de la Universidad de Maryland, y Kenneth Rogoff, de la Universidad de Harvard, concluía que, a través de la historia, las economías nacionales han tendido a frenarse marcadamente cuando los niveles de deuda alcanzan el 90% del producto interior bruto, y la economía estadounidense se halla actualmente a niveles del 85%. Según Alan Greenspan, "estamos usando el colchón de protección que existe entre la deuda federal y nuestra capacidad para usar crédito, algo que no había ocurrido nunca anteriormente" en Estados Unidos.

Y, aunque será el devenir de su agenda doméstica lo que determine el futuro de la presidencia de Obama, ¿qué hay de la política exterior? No cabe duda de que la capacidad de Estados Unidos de influir en los asuntos de Oriente Medio y de conseguir resultados concretos es la vara de medir en este aspecto (aunque sin olvidar la guerra en Afganistán). Obama ha mostrado su descontento con la política de asentamientos del primer ministro Netanyahu, pero la alianza estratégica de facto entre Israel y Estados Unidos no va a permitir que la política estadounidense cambie cualitativamente en el futuro más cercano. Respecto a Irak e Irán, la postura de Obama parece clara: consolidar el éxito reciente en Irak y contener el peligro derivado de la teocracia iraní y su programa de enriquecimiento de uranio.

Irak está en una encrucijada, de forma que las cosas podrían mantenerse en su curso positivo actual o podrían tornar hacia un nuevo caos politico y militar si no se produce un claro progreso en la capacidad de autogobierno de los iraquíes; en la capacidad del país de generar crecimiento económico para su población; en la continua mejora de las fuerzas de seguridad iraquies; y en la progresiva integración del país en la región. Respecto a Irán, las opciones de Obama son relativamente limitadas. Tanto la posibilidad de un ataque militar para destruir la capacidad nuclear iraní como la consecución de un acuerdo con los actuales dirigentes del país parecen escenarios lejanos. Quizá más probable sea el avance de la oposición iraní, congregada en torno al Movimiento Verde, que defiende un programa de mayor democracia interna, derechos humanos, el imperio de la ley y la reconciliación con el mundo exterior. Un cambio de régimen en la República Islámica acabaría seguramente con el apoyo del país al terrorismo internacional y promovería la resolución diplomática del contencioso nuclear. Por ello, los intereses estratégicos de Estados Unidos y de Occidente se verían bien servidos con un apoyo franco y decidido al Movimiento Verde, cuyo éxito futuro no está ni mucho menos garantizado.

* Miembro de la World Future Society