LA reunión que mantuvieron ayer sendas delegaciones del PSE y el PP, encabezadas por José Antonio Pastor e Iñaki Oyarzabal, para analizar la marcha del Acuerdo de Bases que situó a Patxi López en Ajuria Enea y sustenta su gobierno desde hace un año sirvió para cotejar la realidad de la pretensión, compartida por ambas formaciones, de escenificar lo que ellos mismos han venido a denominar el "oasis vasco" en el desierto de sus múltiples y graves desavenencias en la política estatal. Y tanto dicha puesta en escena como la coincidencia en lo esencial de aquel acuerdo, el desalojo de los nacionalistas y la uniformización de Euskadi con el resto del Estado, no logran ocultar que el PSE, lejos de hallar ese oasis, se lanzó a una piscina en la que es el PP quien determina la calidad y profundidad del agua en la que deben nadar los socialistas. No se trata únicamente de los desencuentros pactados para dibujar, aun con evidente dificultad, un cierto perfil propio en ámbitos concretos. Así, por ejemplo, las declaraciones de Antonio Basagoiti respecto al Plan de Educación para la Paz, prácticamente forzando al Gobierno López a aprobarlo "sí o sí", aun sin contar con el refrendo de la comunidad educativa, y el hecho de que el Ejecutivo trate de rectificar a continuación la oferta de diálogo sobre el mismo para sentenciar que se aprobará con o sin el consenso de los nacionalistas, son la verificación del precio que una obtención adulterada del poder se cobra finalmente tanto en alejamiento de la sociedad como en dificultad para ejercer labores de gobierno. Dicha materia, pese a ser especialmente relevante y delicada por su complejidad e incidencia social, no es sin embargo la única prueba de que el PSE se ha ofrecido rehén del PP, no ya en lo que respecta a la configuración del Estado y la resistencia a la emancipación de la sociedad vasca, aspectos sobre los que ambas formaciones guardan al parecer una plena coincidencia ideológica, sino hasta en las formas, que le llevan a trasladar a la ciudadanía la imposición y presión que le plantea su socio preferente incluso en extremos ante los que el propio socialismo vasco, al menos sus bases, encuentran bastante más que matices diferenciadores. De hecho, esa dificultad para consensuar, en cierto modo impuesta pero a la vez intrínseca al Acuerdo de Bases, se traslada así también a políticas económicas o de empleo, esenciales en estos momentos en los que la crisis ha elevado el paro ya al 8,9%, y condiciona asimismo planes y planteamientos sociales, lingüísticos o culturales y, en definitiva, la acción de un gobierno lastrado ya por una evidente falta de iniciativa. Y todo ello, en una extraña espiral, le fuerza a regresar al único ámbito en el que adivina un cierto margen de maniobra para seguir publicitando la piscina como el oasis: la denominada normalización de Euskadi.