LA falta de respeto mostrada ayer por Patxi López hacia el Parlamento Vasco al abandonar la Cámara para eludir preguntas que no eran de su agrado en el pleno de control al Gobierno se podría entender apenas como una mera anécdota, fácilmente justificable, que no tendría por qué haber dado lugar al evidente malestar, trufado de ironía, con que fue recibido por alguno de los grupos parlamentarios. Sin embargo, ese malestar y esa ironía no estaban originados por ese suceso puntual, sino a consecuencia de la reiteración del mismo y de un cúmulo de actitudes que sólo pueden tener origen en una grave desconsideración tanto hacia la propia institución como hacia la labor de aquéllos a los que la sociedad ha elegido para que la representen en la misma, independientemente del partido al que pertenezcan. Porque no es la primera vez. López lleva un mes sin contestar personalmente a las preguntas de un grupo parlamentario concreto a pesar de que en su programa electoral se comprometió a hacerlo en primera persona en todos y cada uno de los casos, con lo que la displicencia aumenta desde el momento en que fue el propio López el que otorgó a ese programa electoral categoría de programa de gobierno. Esto último, en cualquier caso, es ya otro desprecio hacia el Legislativo vasco que, por primera vez, se encuentra sin una de las herramientas a través de las que se efectúa el control al Ejecutivo aun cuando el pasado martes, casi un año después de llegar a Lakua, publicitara un listado de planes, concretos pero sin definir, para toda la legislatura. La indiferencia se evidencia asimismo en el calendario legislativo propuesto por el propio Gabinete López, que incluía la aprobación entre enero y marzo de la Ley de modificación de diversas leyes para su adaptación a la directiva europea de ventanilla única, la Ley del plan vasco de estadística y la Ley de publicidad y comunicación institucional que a día de hoy siguen pendientes mientras parte de sus proyectos ya han sido filtrados convenientemente a la opinión pública. Todas esas incorrecciones en el ejercicio de su labor, además, vienen acompañadas también de una suerte de desidia hacia el cargo que ostenta y que se refleja en modos y actitudes que van desde su ausencia durante la resolución de la crisis del Alakrana a la falta de una declaración oficial sobre la absolución de los imputados en el cierre de Egunkaria, que trató de ocultar con un post en su web personal, normalmente en desuso, o su no presencia en ninguno de los actos conmemorativos del 50º aniversario de la muerte de José Antonio de Aguirre, quien fuera el primero en ostentar el cargo que ahora él ocupa. El Parlamento no tiene, por tanto, la exclusiva de una actitud de desaire extendida en sus obligaciones con la sociedad que en ningún caso se puede permitir el máximo representante de éste o cualquier otro gobierno.