EL presidente de la agencia Fitch de rating, Marc Ladreit Lacharreire, definía ayer como "preocupante" la situación de la economía española; el nobel de economía, Paul Kruggman, volvía a marcar el pasado viernes en rojo al Estado con un texto titulado La Tragedia de España en The New York Times; en los últimos días las opiniones algo más que críticas con las políticas económicas del Ejecutivo que preside José Luis Rodríguez Zapatero se han extendido del Financial Times a los editoriales de diarios de los cinco continentes y la vicepresidenta económica, Elena Salgado, se ha visto obligada a aplacar las dudas surgidas sobre la solvencia de España en la misma City de Londres, principal mercado financiero europeo. Lo que a finales de 2007 se definía en Europa como el milagro español, se ha convertido en el ocaso internacional de Zapatero hasta el punto de que, en plena Presidencia de turno de la UE, diecisiete de los veintisiete ministros invitados no han acudido a la cumbre sobre competitividad organizada en Donostia. Al mismo tiempo pero a nivel interno, el paro ha alcanzado cifras desconocidas desde hace más de una década y tanto en los datos del Inem como en los de la Encuesta de Población Activa supera claramente los cuatro millones de desempleados y las estimaciones del propio Gobierno sitúan un índice de paro superior al 20% para el último tercio del año; cuatro encuestas, que se añaden a la del CIS, acentúan en caída libre la curva descendente de la confianza en el Gobierno; el propio Ministerio de Economía ha calculado que la deuda del Estado a final de año superará el medio billón de euros, un 55% del PIB... y, por si no fuese suficiente, Zapatero ha logrado soliviantar a los sindicatos con el anuncio de la reforma de las pensiones y el pretendido retraso de la jubilación y no ha conseguido contentar ni a éstos ni a la patronal con la reforma del mercado laboral. Tanto es así que ha debido dejar esta última en reposo en el ayer "imprescindible" y hoy pendiente diálogo social mientras le empiezan a surgir acotaciones al margen como la del máximo responsable de Adegi, Eduardo Zubiaurre, que la cree "insuficiente". Con ese panorama, aderezado por las disensiones en el seno de su Ejecutivo y ciertas críticas ya no tan veladas en el entorno socialista, Zapatero necesita mucho más que planes de empleo parciales que se repiten pese a no dar resultado, como el anunciado ayer por Manuel Chaves. PP, CiU, PNV y ERC ya le han exigido que explique sus proyectos anticrisis en el Congreso, pero para explicarlos, como ha anunciado, es preciso haberlos definido antes. Su situación se asemeja mucho a aquella que Gabriel García Márquez describió en El general en su laberinto sobre los últimos días de Bolívar, deseoso de dejarlo todo e incapaz de comprender lo que le estaba sucediendo. Aunque sea tan sencillo como recordar el lema que James Carville ideó para Bill Clinton: "Es la economía, estúpido".
- Multimedia
- Servicios
- Participación
