lOS servicios de rescate han dejado ya de buscar supervivientes en Haití tras encontrar entre las ruinas a 133 personas con vida -la última de ellas un joven que ha permanecido 11 días bajo los escombros-, en lo que supone la otra cara de la moneda que ilumina con un poco de esperanza la tragedia de las cerca de 150.000 víctimas mortales del terremoto. Ahora, tras la conmoción y mientras el país y el mundo entero asumen la magnitud de lo ocurrido, llega el momento de la reflexión. Y ésta se puede hacer en varios niveles: el de la solidaridad internacional; el mediático y el político. Dejando al margen cierto sensacionalismo y desenfoque de la situación real del problema por parte de alguna prensa, resulta llamativa y reconfortante la respuesta de la sociedad civil. En plena crisis económica las muestras de apoyo se han multiplicado superando las generadas tras el tsunami. El tejido asociativo de las ONGD ha respondido al reto con eficacia de la mano de Estados y entidades internacionales. Siempre pueden encontrarse sombras (cuotas bancarias, marketing político y empresarial, pugnas entre ONDG?) pero el balance es alentador. Sin embargo, es importante distinguir entre la ayuda humanitaria y la cooperación al desarrollo. Si bien ambas son necesarias, pasados los momentos de la emergencia, se impone apostar ya por esta segunda modalidad. Quizá resulte menos mediática, pero se ocupa de poner las bases para la recuperación y el desarrollo de este país devastado por el seísmo, pero que ya padecía serios problemas estructurales. Y es que a veces el indicador que marca el efecto destructivo de una catástrofe no es tanto la escala de Richter sino el Índice de Desarrollo Humano. Para Haití han sido sin duda más perjudiciales las razones por las que figura en el puesto 148 (sobre 179) en este ranking de la ONU que los 7,3 puntos de fuerza alcanzado por el seísmo, lejos de los 9,6 que vivió Chile en su día. Precisamente, hoy comienza en Montreal una cumbre internacional cuyo objetivo fundamental es, además de la lógica asistencia a los supervivientes, la elaboración de un plan de reconstrucción de Haití a largo plazo. Esta conferencia no puede en ningún caso acabar en fracaso o conformarse con apelaciones genéricas sin aplicación práctica inmediata o con unas simples medidas de parcheo. Haití necesita y merece una reconstrucción integral y real que haga salir al país caribeño de la penosa situación de pobreza en la que malviven sus habitantes. Desperdiciar esta oportunidad, además de injusto, haría perder a la comunidad internacional la poca credibilidad que aún le queda, sobre todo después de la extraordinaria ola de solidaridad con Haití que ha levantado en todo el mundo las consecuencias del terremoto y la situación de sus habitantes.
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