Si coincidimos en que el lenguaje es posiblemente la invención mayor de la que fue capaz la humanidad, intuyo que no vamos para nada mal encaminados, lo cual me reconforta. Es con el lenguaje y a partir de él cuando se abren las puertas de la comunicación más cotidiana, de los más necesarios y elementales estratos, hasta las interpretaciones más profundas, sin obviar que cualquier materia por aparentemente alejada que parezca estar de la lingüística, ésta se aprende y aprehende a partir de la lectura y de su propio mecanismo intelectual y cognitivo.
En un mundo reinante por el descarado neocapitalismo y la avariciosa globalización, me dediqué por entero a escribir, pues instintivamente supe que la literatura cambiaría mi vida, y en ocasiones creo que es de niño cuando se comprende todo sin saber apenas nada y es después cuando todo empieza a ignorarse. Tal vez todo esto me imposibilite hallar en una hoja en blanco, ni el miedo ni la impotencia, sino por el contrario una excelente excusa para perpetuarse, uno con su todo y su nada, con plena posibilidad sin número, de manera infinita.
En un día como el de hoy para nada podemos obviar al mundo. Y cuando no haya en el mundo una sola persona que no sepa escribir su nombre, pues han sido robados, expropiados de uno de los derechos fundamentales que debiera cumplirse en todas las personas de cualquier género y condición, sino el primero, el de la cultura, el mundo tendrá otro lenguaje, hablará otro idioma, será por tanto el estallido de nuestra gran re-evolución. Vaya por delante la inicial de mi nombre y su primera sílaba si con ello se lograra sembrar el ser. Ser vivo, ser juntos, ser libres; tan sólo el ser.
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