Intolerable tolerancia
Los incidentes de Viena confirman la conexión de las aficiones más radicales de los clubes de fútbol con el preocupante relanzamiento del neofascismo, fenómeno ante el que las autoridades no pueden mantener el error de mirar hacia otro lado
LOS graves incidentes, amenazas y agresiones que elementos de grupos de aficionados de ultraderecha y neonazis provenientes de varios países europeos, incluido el Estado español, protagonizaron en la capital austriaca y en el Franz Horr Stadion antes, durante y después del encuentro de la Liga Europa que enfrentó el jueves al Athletic de Bilbao y al Austria de Viena obligan, en primer lugar, a una doble reflexión. Por un lado, sobre el submundo que engloba a las aficiones más radicales de los clubes de fútbol y la responsabilidad de éstos y de las máximas autoridades de ese deporte en la tarea de erradicarlas. Por otro, sobre las conexiones de muchos de estos grupos con la ultraderecha europea, que los utiliza como caldo de cultivo y campo de expansión, y la labor de los gobiernos a la hora de perseguir una ideología que lleva aparejadas la práctica de la coacción y la violencia. En el ámbito del fútbol, parece evidente que determinados clubes no sólo han permitido la creación de agrupaciones de aficionados violentos sino que han fomentado su asistencia a los partidos como vanguardia de una mal entendido apoyo al equipo. En ese sentido, el Austria de Viena no es precisamente una excepción. La actuación ya en el partido de ida en Bilbao y antes de ese encuentro de un grupo de ellos -que lógicamente se hicieron con las entradas a través del club austriaco- y la permisividad el jueves a la hora de introducir en el estadio bengalas y símbolos fascistas que la reglamentación prohíbe expresamente no hacen sino confirmarlo. Y la UEFA, que posee datos más que suficientes al respecto, no puede aliviar la alta cuota de responsabilidad del Austria de Viena, ni el consiguiente castigo ejemplar, escudándose en que los incidentes no llevaron a la suspensión del encuentro, no produjeron más allá de algún herido leve o fueron provocados por elementos -por llamarlos de algún modo- provenientes de una congregación de ultraderecha en la capital austriaca. Este último aspecto, en cualquier caso, lleva a la segunda parte de la reflexión, la excesiva tolerancia de los gobiernos europeos -y Austria tampoco es ni mucho menos excepcional al respecto- ante un fenómeno, el del neofascismo, que comienza a adquirir proporciones más que preocupantes. Escudarse en que los grupos fascistas siguen siendo minoritarios o que su proliferación se apoya en las consecuencias de la crisis económica o las altas cuotas de inmigración supone no querer ver el verdadero origen del problema, la pérdida de la sensibilidad frente a dicha ideología que había cundido en el continente europeo tras la inmensa tragedia de la II Guerra Mundial y que ha derivado en la ausencia de una prevención social y educativa que compete a los gobiernos. Ni éstos ni las autoridades deportivas, cada uno en su ámbito, pueden mirar a otro lado y repetir el error que tan funestas consecuencias tuvo exactamente hace un siglo.