SI alguien pensaba que con la liberación del atunero Alakrana tras 47 días de angustia y con el embarque de agentes de seguridad privada en los pesqueros que faenan en el Índico se iba a resolver como por encanto el gravísimo problema de los secuestros a manos de piratas somalíes, ayer tuvieron la prueba fehaciente de que estaban equivocados. Peligrosamente equivocados. Los problemas no se diluyen, ni menos aún desaparecen, obviándolos o aplicándoles un simple parche que tarde o temprano termina por reventar. Ayer, otro buque vasco, el Ortube Berria, estuvo a punto de ser presa de los piratas aunque, en esta ocasión, la suerte y la acción de los agentes armados lograron repeler el ataque, no sin muchos minutos de angustia. Durante el grave incidente, la seguridad privada embarcada en el pesquero tuvo que hacer uso de las armas y se produjo un intercambio de disparos con los piratas hasta que éstos abandonaron su objetivo. En este nuevo episodio, llueve sobre mojado, pero nadie debería olvidar que hay muchas vidas en juego. Vidas de trabajadores, cuyo único delito es ganarse la vida mediante la pesca. Lo han dicho por activa y por pasiva los arran-tzales -incluidos los del Alakrana tras su liberación- y es un clamor ampliamente extendido en la sociedad vasca. Casualmente, ayer mismo DEIA publicaba un amplio reportaje en el que recogía las impresiones de los estudiantes de Náutica en el que los jóvenes arrantzales del futuro expresaban con meridiana claridad que su única pretensión es sencillamente ganarse la vida en la mar. "¿Qué pasa si los piratas atacan a las personas de seguridad privada? ¿Tendremos que coger nosotros las armas y ponernos a disparar?", reflexionaban. En efecto, el intercambio de disparos de ayer entre los piratas y los agentes del Ortube Berria tuvo final feliz y no produjo heridos entre la tripulación del barco, aunque se desconoce si hubo víctimas entre los piratas. Pero el susto ha sido de tal calibre -y eso no se borra por muchos agentes armados que se embarque- que numerosos arran-tzales se plantean no regresar a la zona, al menos si no se garantiza una mayor seguridad. Ahí está, precisamente, la clave del asunto. Mientras, el Gobierno español, tras su nefasta actuación antes, durante y después del secuestro del Alakrana, sigue mirando hacia otro lado y sin resolver el problema de fondo, con el riesgo de que pueda volver a producirse un secuestro o una víctima durante un tiroteo para repeler a los piratas. La seguridad, antes que en los propios barcos, debe comenzar en la mar, y a ella deben aplicarse todos los países implicados y la Unión Europea. Y después, el Ejecutivo de Zapatero debe dar su brazo a torcer a la vista de los acontecimientos y permitir que infantes de marina, preparados e integrados en una fuerza internacional, embarquen en los pesqueros. Es sólo cuestión de voluntad.
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