Fue uno de los rostros más queridos de la televisión gracias a su labor como jardinero en Bricomanía. Iñigo Segurola enseñó a generaciones enteras a podar, sembrar y cuidar con mimo cualquier rincón verde. Pero, tras la cancelación del programa, lejos de desaparecer, resurgió con más fuerza que nunca: se retiró del foco mediático para entregarse por completo a su mayor proyecto personal, un jardín botánico construido planta a planta con sus propias manos. Esta es su historia de transformación, arraigo y florecimiento.
Un rostro inolvidable del ‘prime time’ verde
Nacido el 7 de abril de 1967 en Donostia, Iñigo Segurola ha sido, durante décadas, uno de los rostros más queridos y reconocibles de la televisión divulgativa en el Estado. A sus 58 años, su nombre sigue ligado a una forma muy particular de enseñar: con calma, cercanía y una pasión contagiosa por el mundo vegetal.
Formado en Ingeniería Agrícola por la Universidad Pública de Navarra, pronto amplió sus horizontes académicos especializándose en Arquitectura del Paisaje en la Universidad Heriot-Watt de Edimburgo y en la Universidad de Wageningen, en los Países Bajos. Esa sólida base técnica y su vocación por la enseñanza le convirtieron en el candidato perfecto cuando, en 1994, la televisión pública española buscaba un experto en jardinería para un nuevo formato.
Así nació su carrera televisiva en Bricomanía, un programa emitido originalmente en La 2 de TVE que combinaba bricolaje, decoración y jardinería. Lo que comenzó como un espacio modesto, casi experimental, se transformó rápidamente en un fenómeno que atravesó varias cadenas, La 2, Telecinco, Antena 3 y Nova, y acumuló más de 1.000 episodios a lo largo de 26 años de emisión ininterrumpida.
Junto a Kristian Pielhoff, conductor del segmento de bricolaje, Segurola formó una de las parejas más entrañables y recordadas del entretenimiento instructivo en televisión. Cada semana, enseñaba al público desde cómo cuidar un bonsái hasta cómo diseñar un huerto urbano o crear un jardín vertical, siempre con explicaciones claras, un tono didáctico y una inconfundible voz pausada que transmitía calma y confianza.
Bricomanía no solo enseñó a plantar, podar o abonar; también sembró el gusto por la jardinería en generaciones de espectadores que, gracias a Segurola, se atrevieron por primera vez a transformar su balcón, su patio o su jardín en un pequeño oasis verde.
Sin embargo, en 2020, la pandemia y los recortes presupuestarios pusieron punto final a la emisión del programa. Con ello, concluyó también una etapa vital para Iñigo Segurola, quien dejó tras de sí un legado audiovisual único y una nueva forma de entender el paisajismo: como arte, como ciencia y como algo que también puede ser compartido, planta a planta, a través de la televisión.
Lur Garden: el jardín de su vida
En realidad, mientras compaginaba la televisión con su empresa Lur Paisajistak, Iñigo ya trabajaba silenciosamente en un proyecto mucho más íntimo y ambicioso. En un pequeño valle del municipio de Oiartzun (Gipuzkoa), fue levantando lo que acabaría llamándose Lur Garden, un jardín botánico de más de 20.000 metros cuadrados con una de las colecciones vegetales más sorprendentes del norte del Estado.
“Han sido 12 años de trabajo que no se acababan nunca, pero era algo que se tenía que hacer”, explicó en una reciente aparición en MasterChef Celebrity, donde presentó su jardín con orgullo. Para él, no se trata solo de un parque o un banco de pruebas botánicas: es su legado.
Lur Garden incluye 16 jardines temáticos, cada uno diseñado con mimo y sentido estético. Desde especies exóticas hasta flora autóctona, el visitante puede recorrer un mundo de texturas, colores y aromas. Lo más especial: todas las plantas han sido plantadas a mano por el propio Iñigo, lo que le da al espacio un valor emocional incalculable.
Vida tras las cámaras
Pese a su popularidad, Iñigo Segurola nunca buscó ser una estrella mediática. Confesó en varias entrevistas que llegó a la televisión casi por accidente y que su verdadero amor siempre fue la naturaleza. Cuando el programa acabó, vivió momentos duros a nivel profesional y personal, incluido el divorcio de su socio y pareja, Juan Iriarte. Pero también fue una etapa de liberación y reconexión con su propósito vital.
Ahora vive dedicado a Lur Garden, su canal de YouTube Jardinatis (donde tiene más de 90.000 suscriptores) y la divulgación en redes sociales, donde cada imagen refleja su sensibilidad hacia la tierra y lo vivo. En su perfil de Instagram no hay poses ni marketing: solo plantas, texturas, luz natural y quietud.
Una visita a su mundo
El jardín está abierto al público entre junio y octubre, pero solo con reserva. Las visitas guiadas, algunas de hasta tres horas, las realiza el propio Segurola, que acompaña al visitante por los senderos mientras explica la historia detrás de cada planta. La experiencia va más allá del turismo botánico: es casi espiritual, un viaje por su vida y su visión del mundo.
Como confesó en televisión: “Se me fue la olla”. Esa locura es hoy uno de los espacios verdes más singulares de Euskadi, visitado por expertos, aficionados y curiosos.
De la tele a las librerías
Además de su labor en televisión, Iñigo Segurola también ha plasmado su conocimiento en el papel. Es coautor del libro Bricomanía: con 30 nuevos temas. El placer de construir uno mismo, una obra que recoge proyectos prácticos y consejos útiles tanto de jardinería como de bricolaje, con el mismo estilo claro y accesible que lo hizo popular en la pantalla.
Una vida sembrada con propósito
Iñigo Segurola no solo enseñó a plantar árboles o a cuidar jardines: enseñó una forma de estar en el mundo, más conectada con la tierra, más atenta al detalle, más generosa con el tiempo. Durante más de dos décadas fue un rostro familiar en millones de hogares españoles, un referente sereno y cercano que logró que la jardinería dejara de ser cosa de expertos para convertirse en una pasión compartida. Pero lo más admirable es que, tras apagar los focos, supo reinventarse sin renunciar a su esencia.
Lejos del plató, Iñigo no buscó fama ni reconocimientos. Prefirió el silencio de los valles, el ritmo lento del crecimiento natural y el trabajo paciente de quien planta sabiendo que no todo florece al instante. Con Lur Garden, su jardín botánico construido planta a planta con sus propias manos, culminó un sueño personal y profesional que es hoy su legado vivo. Allí, rodeado de naturaleza y lejos del bullicio mediático, sigue enseñando sin necesidad de cámaras: a cada visitante, a cada planta, con la misma dedicación de siempre.