"Sequemos el pantano", dicen unos, “nuestros rivales son tontos”, dicen los otros, dos slogans con los que republicanos y demócratas se enfrentan desde hace ya tiempo: los del “pantano” son republicanos que ven la política norteamericana como un pútrido núcleo de corrupción, mientras que los demócratas siguen todavía empeñados en calificar de tontos a quienes no piensan como ellos.

No hay que tener grandes luces para comprender que tratar a los rivales de imbéciles no acostumbra a ser muy atractivo, como quedó demostrado en las recientes elecciones, en que el Partido Republicano no solo ganó, sino que consiguió unos dos millones de votos más que el Demócrata, algo que no ocurría desde hace 20 años, cuando George W Bush fue reelegido con unos tres millones de votos más que su rival John Kerry. El sistema electoral norteamericano permite a veces ganar con menos sufragios, pues la Constitución prevé un recuento de votos proporcional con los 50 estados y las elecciones no se deciden por mayoría simple.

Los insultos demócratas a la inteligencia de sus rivales comenzaron de forma clara con el presidente Barak Obama quien, en 2008, en un acto electoral, dijo que muchos votantes republicanos son gente “amargada, que se aferra para explicar sus frustraciones a sus armas o a su religión o su antipatía a gente que no es como ellos, o a los inmigrantes, o al comercio”

Obama, el primer negro en llegar a la presidencia –con tanto apoyo y expectativas que recibió el Premio Nobel de la Paz tan solo ocho meses después de instalarse en la Casa Blanca– tenía bula para decir muchas cosas sin acarrear con consecuencias negativas. Pero Hillary Clinton, candidata al término del mandato de Obama, tenía menos flexibilidad y no parecía comprender el riesgo que corría criticando a votantes de ideas diferentes.

Hillary dijo que los seguidores de Trump eran “deplorables”, una frase que contribuyó a su derrota electoral, en parte por lo que muchos votantes veían como una actitud orgullosa. El Partido Demócrata no parece haber aprendido la lección pues repitió el mismo error en las últimas elecciones, en que Kamala Harris y su equipo mostraron claramente su desprecio por la gente de tal simpleza mental que no alcanzaba a comprender su elevados ideales.

Por su parte, los republicanos, convertidos hoy en el partido que representa a estos “tontos” y fuera ya del pedestal de gente privilegiada y rica que tradicionalmente ocupaban, se concentran en slogans que muchos ven como ridículos o exagerados. Uno de ellos es calificar toda la política de país como un “pantano pútrido” que prometen “secar” para eliminar la corrupción... como si tan solo existiera en las filas demócratas.

Llevamos en estas lides ya muchos años, pero los demócratas van ahora camino de que les sequen su pantano porque los tontos derrotaron a los listos.

Es decir, la clase obrera, los inmigrantes, la gente con escasos horizontes en el centro del país, ha abandonado su hogar político tradicional demócrata y dado en buena parte su voto a Donald Trump y los republicanos. Hasta los negros, un bloque sólidamente demócrata, se ha pasado en buena parte: aunque son mayoritariamente demócratas, Trump recibió el 21% de su voto, mientras que su rival Kamala Harris, con tan solo el 79%, recibió la mitad de los sufragios que en 2020 ascendieron al 90%.

Otro tanto ocurrió con el bloque hispano, que los demócratas creían asegurado: si en 2020 Biden recibió el 67% de su voto, Harris se tuvo que conformar con tan solo el 56%.

Si ambos partidos se aferran a sus slogans, también pecan de un análisis simplista porque reducen a mínimos las razones del relevo de poder. Relevo importante en estos momentos, porque todas las ramas del poder (tanto ejecutivo como legislativo y judicial) están ahora en poder de los republicanos, algo que ha ocurre raramente.

Además, aunque esta no es ni de lejos una victoria comparable a la de Ronald Reagan, quien ganó 49 de los 50 estados, los republicanos controlarán 30 estados frente a tan solo 20 de los demócratas, mientras que en lo que va de siglo la Casa Blanca y la oposición se los han repartido a cerca de la mitad.

La situación incluso se puede comparar favorablemente a la gloriosa etapa republicana de Reagan, pues a pesar de su popularidad, no pudo conseguir arrancar a los Demócratas el control del Congreso.

Ahora no faltan ya ni dos meses para el retorno de Trump a la Casa Blanca, un tiempo que aprovecha para formar rápidamente su equipo de gobierno y organizar los cambios que ha prometido.

Lo hace esta vez en una situación mucho más sólida que la primera, no solo porque su victoria electoral fue decisiva esta vez, sino porque no ha de pasar por la etapa de aprendizaje de 2016. Llega decidido a cumplir sus promesas, resabiado por la guerra sin cuartel de que ha sido objeto y preparado por la experiencia y contactos, fuera y dentro del país, desarrollados en los últimos años.