LA famosa frase “de este agua no beberé” genera desde hace tiempo una serie de advertencias, principalmente porque cumplir esa promesa puede llevarnos a situaciones inesperadas. Y esto mismo le acaba de pasar al presidente Joe Biden, quien durante la campaña electoral de 2020 se esforzó por marcar diferencias con su rival, el entonces presidente Trump, y aseguró que rompería con una de sus políticas más características, que era la protección de la frontera sur de Estados Unidos, a través de la cual llegan millones de personas ilegalmente al país.

No tardó en cumplir con su promesa, y nada más entrar en la Oficina oval anuló las medidas para construir protecciones fronterizas, especialmente el famoso “muro” que Donald Trump había prometido durante la campaña electoral de las elecciones de 2016.

No han pasado aún tres años desde que Joe Biden llegó a la Casa Blanca y ha tenido ya que echarse atrás en sus promesas, de forma que ahora va a permitir que continúe la construcción de kilómetros de pared, para impedir que se cruce la frontera entre México y Estados Unidos.

Biden abrió los brazos y el territorio norteamericano a millones de personas que llegan al país sin permiso de residencia ni de entrada, lo cual probablemente se debía a dos motivos: uno, la necesidad crónica de mano de obra que Estados Unidos tiene y, de paso, ganar millones de votos de extranjeros naturalizados, que generalmente se solidarizan con los inmigrantes indocumentados.

Sin embargo, le salió el tiro por la culata: si bien es cierto que el país necesita mano de obra, la avalancha ha sido tan enorme que no se ha podido absorber el elevado número de recién llegados.

Por otra parte, estos inmigrantes no se quedaron donde acostumbraban a hacerlo, es decir en estados fronterizos, porque los gobernadores de Texas o de Florida decidieron que no podían apechugar con la oleadas de recién llegados y los enviaron en autobuses o aviones hacia el norte, donde los estados “receptores” tenían pocas opciones para impedir la estancia de los recién llegados.

Es porque lugares como Nueva York o Chicago se han declarado desde hace tiempo “santuarios” para los indocumentados, a quienes han garantizado alojamiento, acogida y protección frente a las autoridades migratorias federales.

Una situación insostenible

Si bien California y Nuevo México, ambos estados fronterizos, han aceptado la mayoría de quienes ha cruzado la frontera, otros estados como Texas y Florida decidieron mandar a los recién llegados a los lugares erigidos en santuario, que han quedado parcialmente colapsados ante la avalancha de personas. Han tenido que poner a su disposición hoteles enteros con el costo correspondiente, además de lo que ya les pagan como subsidio para que puedan mantenerse.

Al cabo de un par de años, la situación les resulta insostenible y tratan de poner coto a la práctica que podían seguir mientras los estados sureños cargaban con las avalanchas migratorias. En algún casos han ido a buscar la solución a la fuente del problema, como ocurrió con el alcalde de Nueva York quien visitó Ciudad de México, pero el esfuerzo difícilmente dará los resultados deseados, pues ni el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador trata de ayudar a su vecino norteño, ni siquiera es su país la principal fuente de inmigración ilegal, pues muchos de los que llegan a la frontera provienen de otros países y simplemente han de cruzar por México.

La Casa Blanca, naturalmente, no reconoce que ha de corregir una política que le ha hecho perder el control de sus fronteras, y asegura que simplemente cumple con la ley, aprobada en la época de Trump, que la obliga a construir más kilómetros de muro fronterizo.

Cambiar la política migratoria

Y efectivamente, la ley le exige construir la muralla, pero tan solo un observador ingenuo puede creer que el motivo del cambio sea el respeto por la ley: Un presidente que desoye las instrucciones específicas del Tribunal Supremo, pues dicta nuevas normativas contrarias a su sentencia como ocurrió en el caso de la deuda de estudiantes, no va a renunciar a su política migratoria por algo tan nimio como una ley aprobada durante el mandato de un presidente tan criticado y despreciado como Donald Trump.

A no ser, claro está, que Biden piense en su propia campaña de reelección y la irritación de los votantes ante la avalancha migratoria: Las leyes de la era Trump le van ahora como anillo al dedo.