iruñea - El reloj marcaba las 20.15 horas del domingo en la isla de Gili Trawangan cuando la tierra tembló bajo los pies de la iruindarra Iran-tzu Senosiain Rodríguez, que salía de su habitación junto a sus dos compañeras, otra navarra y una guipuzcoana, Uxue Ariño. Su viaje por Indonesia, que duraba hasta el próximo día 15 de agosto, termina hoy. Las tres profesoras huyen del pánico que han vivido los últimos días. “Salíamos de la habitación, nos miramos y yo les dije: terremoto. Empezaron a caernos encima cascotes de cemento al tiempo que se fue la luz”, comienza el relato Irantzu. La mala suerte quiso que uno de los trozos que se desprendió del edificio le diese a su compañera Uxue en la cabeza. “Fueron treinta segundos de terremoto más o menos, después solo se veía polvo gris, era una noche cerrada”, dice la iruindarra, a quien también le cayó una placa enorme en el brazo, ocasionándole una contusión que en un principio creyó que era rotura.

El pánico guió sus pasos hacia la playa, donde no encontraron más que desinformación y gente que, como ellas, no sabía que hacer. “No había nadie ayudándose, los trabajadores no están preparados. Nadie sabía qué hacer ni a dónde ir, pensé que íbamos a morir”. La masa de nativos corriendo hacia la montaña les llevó a tomar ese camino. Magulladas y con Uxue taponando su herida como podía corrían sin saber muy bien a dónde se dirigían.

El horror llegó de la mano de una noticia inesperada: la alerta de un posible tsunami. “En ese momento a mi cabeza se vinieron las imágenes de la película Lo imposible. Nos quedamos en la colina esperando el tsunami. La gente rezaba altísimo, en un idioma que no conocíamos y no sabíamos ni a quién”, relata.

El caos y el miedo a morir se apoderó de la gente que no dudaba en gritar cada vez que notaba algo extraño, hasta que se escuchó una voz: “Water, water (agua, agua)”. En ese momento, y olvidándose del dolor que habían causado los cascotes en sus cuerpos, las tres compañeras de viaje treparon hasta un árbol para ponerse a salvo. “Me subí como un mono, sin notar el dolor en el brazo. Ninguna entendíamos nada de lo que estaba pasando. Los nativos estaban cagados también, en ese momento pensaba: Vale, esto es morir”. Sin ser conscientes del tiempo que pasaron allí, un grupo se trasladó a un sitio sin árboles para evitar que se les cayesen encima si una de las réplicas que había volvía a ser tan fuerte como el seísmo. “Fue en ese hierbín donde nos encontramos con españoles. Además, pudimos taponar la hemorragia de Uxue, que estaba desangrándose, con un rollo de papel en la herida y una sudadera para sujetarlo”, cuenta Irantzu nerviosa al recordar la experiencia de ver herida a su amiga y no poder hacer nada. “Por suerte llevábamos las sudaderas. Nos sirvió para parar la hemorragia y para taparnos por la noche. Una manga yo y otra Uxue”, cuenta. Tras escuchar miles de teorías sobre posibles tsunami, las tres compañeras encedieron los datos de sus teléfonos. Sus familiares desde Iruñea les informaban de que la alerta de tsunami no existía. Eschuchar eso de boca de su gente les tranquilizó. “Pasamos la noche a la intemperie y mirando al cielo, sintiendo cada poco las réplicas del terremoto”.

El viaje de las dos navarras y la guipuzcoana termina días antes de lo previsto. Su vuelo de vuelta a casa salía el día 15. “Nos quedaba por visitar solo las islas Gili y Lombok, donde ha ocurrido todo. Ahora solo pensamos en volver, en lo bonito que es Donostia, Iruñea y el Club Natación”, dice Irantzu, animada por coger el vuelo que hoy les devuelva a casa donde, por suerte, podrán contar su experiencia a salvo.