San Salvador - En una casa parcheada con láminas de metal y madera, Verónica C. se repone de su último intento de viajar como ilegal a los Estados Unidos. Era su segundo vez en cinco años, movida por el deseo de juntarse con su marido, asegurar el tratamiento de su madre con cáncer y enviar dinero a su hija de 17 años para que no abandonase los estudios.
A los diez días del viaje, el sueño americano se convirtió en pesadilla: El coyote, la persona contratada para realizar el viaje a través de las fronteras, le entregó a un grupo de narcos en Reinosa, México. Durante dos meses, octubre y noviembre, estuvo secuestrada y sometida a todo tipo de vejaciones. “He visto asesinar a gente, me obligaron a consumir droga y me filmaban en vídeo todos los días”.
Verónica tuvo que facilitar el teléfono de su marido en Estados Unidos, al que llamaron para que pagara el rescate. Después le soltaron en el desierto, como si nada hubiera pasado. Ese día caminó nueve horas, momento en el que decidió construir el sueño salvadoreño. “Agachada bebiendo agua de un charco, decidí entregarme a la policía de la frontera y volver a mi casa deportada: mi futuro pasa por El Salvador”.
Ahora trabaja junto a la ONG Solidaridad Internacional-Nazioarteko Elkartasuna para superar la pesadilla y formar parte activa de las asociaciones campesinas que han decidido mejorar sus vidas en su propio país. “El programa busca cambiar las formas de hacer política”, señalan los responsables de la ONG conscientes de que la única prevención contra el sueño americano pasa por construir otro, el salvadoreño. - I. Makazaga