Bilbao
MI aita come las verduras que cultiva, mi ama no, ella quiere vivir", confiesa Yuki Onoda, con una resignación a prueba de bomba. A escasos 25 kilómetros de Fukushima, los padres de Yuki sobreviven en Minamisona, una ciudad fantasma tras el tsunami del pasado 11 de marzo. Aunque vendan el milagro japonés, aunque gracias al apoyo financiero los pescadores que perdieron sus casas y sus barcos hayan podido finalmente volver a trabajar esta semana, Yuki, una oriunda de Fukushima residente en Bilbao, sabe que ese pescado irá a la basura. "No creo que nadie se atreva a comprarlo". El peor accidente nuclear en un cuarto de siglo también ha dejado casos de contaminación en carne vacuna, té, arroz y leche en polvo infantil. Para ayudar a estos pescadores de Fukushima y recaudar fondos, Maya Hatayama, vecina de Osaka residente en Euskadi, ha puesto en marcha dentro de la asociación vasco-japonesa, una iniciativa para vender camisetas junto con Kukuxumuxu. "Hemos vendido unas 1.500 camisetas", cuenta orgullosa.
Las cicatrices de la enorme herida abierta por la catástrofe aún hoy son visibles. Al cumplirse un año del devastador terremoto, que dejó casi 20.000 muertos y desaparecidos, el noreste de Japón se encuentra en plena recomposición. La devastación dejó imágenes apocalípticas, y sobre todo 80.000 evacuados que vivían en los veinte kilómetros clausurados en torno a la central de Fukushima y que empiezan a asumir que jamás volverán a sus hogares por la radiactividad. El seísmo y posterior tsunami destrozaron buena parte de la costa nororiental y dejaron a su paso 16 millones de toneladas de barro y 22 millones de toneladas de escombros. El pueblo de Kesenhuma continúa totalmente vacío. Solo un edificio se mantiene en pie como símbolo, mientras los comerciantes intentan rehacer sus vidas en pequeños barracones en los que tendrán que permanecer al menos dos años.
La reconstrucción avanza titubeante. "Mis tíos perdieron la casa y todavía viven en una prefabricada que les proporcionó el gobierno", aclara Yuki Onoda, quien se apresura a señalar que "en Japón se difunden pocas noticias sobre la situación del país", dice Yuki que no ha vuelto este año a Japón porque tiene que proseguir con sus estudios, y "además no tengo mucha pasta". Su obsesión es regresar, aunque su ama le cuente que "aún hoy se producen réplicas del seísmo".
Maya Hatayama, también japonesa de origen y bilbaina de vocación, no se pierde ni una noticia de su país por el canal satélite. "Va todo muy poco a poco, todavía tardarán un tiempo pero entre este año y el próximo se adelantará mucho". Doce meses después se ha limpiado casi por completo el lodo y escombros de la costa, transformada en un páramo desolador. Las líneas de tren están restauradas, las carreteras y autopistas reparadas, los aeropuertos han retomado su actividad y en los puertos muchos de los muelles vuelven a utilizarse. No obstante, en las áreas costeras arrasadas los evacuados se enfrentan a otro tipo de problemas como la soledad, la depresión y el desempleo (la tasa es de un 4,6%) ante el golpe que supuso la paralización de la pesca, la principal actividad económica de la zona. El noreste lucha además por cerrar las heridas que dejó la tragedia en los 1.580 niños que aquel 11 de marzo perdieron al menos a uno de sus padres y ahora viven con alguna de las 15.000 familias que han acogido a evacuados, menores o adultos.
buscando a los desaparecidos Muchos municipios no cejan en su empeño de buscar a los desaparecidos. Es el caso de Ishinomaki, donde aún se drenan partes del río para encontrar los cuerpos de los 70 estudiantes de un mismo colegio que fueron arrastrados por el agua. Los barcos guardacostas también deambulan por las turbias aguas de Ishinomaki con la esperanza de encontrar cuerpos. No tiran la toalla aunque no se haya recuperado ningún cadáver desde el pasado noviembre.
Las peores secuelas, sin duda, son fruto del accidente en la central nuclear de Fukushima Daiichi, que han aumentado además el recelo de los nipones hacia las plantas atómicas y cuestionan, cada vez con más ahínco, el uso de esta energía. Actualmente, solo dos de los 54 reactores que existen están en funcionamiento. El resto han sido apagados.
Maya Hatayama no cree que haya ningún compatriota suyo a favor de la energía nuclear. "Hay muchos movimientos a nivel ciudadano que están en contra. Por ejemplo, en Osaka, mi ciudad, ha habido elecciones, se ha cambiado el ayuntamiento y la diputación hace cosa de un mes, y el nuevo partido que los preside ha declarado que quiere disminuir la dependencia nuclear y cambiar a otras fuentes de energía alternativa. Yo creo que, por la presión de los ciudadanos, otras ciudades irán tomando ese mismo rumbo", explica con convicción Maya Hatayama.
Pero ¿qué misterio guarda un país al que la adversidad hace más fuerte? ¿A qué se debe esa voluntad férrea que les hace superar la mismísima apocalipsis? Dicen que a la disciplina, el respeto a la autoridad, la unión como nación, y la identidad y pertenencia cultural a sus ancestros, a sus héroes y a su emperador. Cuando sucedió el terremoto, hubo gente que pensó que el país del Sol Naciente se hundiría. Imposible. No pueden cambiar el pasado, pero sí el futuro, creen los japoneses. Maya basa ese carácter en el espíritu de colaboración. "Yo lo que he visto es que cuando ocurre algo tenemos grandes dosis de solidaridad y colaboramos con la gente que tiene problemas. Además el norte es históricamente una zona pobre, de actividad agraria y pesquera, y existe un sentido fuerte de lucha y sus habitantes son más pacientes".
"Hay que mirar para adelante. Claro que se sienten tristes. Hay demasiada gente que ha perdido a familiares, amigos, sus trabajos y sus hogares, pero los japoneses son especiales y la tradición impide que la gente exprese su dolor", aporta su visión Yuki Onoda, desde la capital vizcaina. "Además hemos tenido mucha ayuda exterior y mucha gente ha venido para echar una mano", dice reconfortada.