TRAS la II Guerra Mundial, el mundo en general y Europa en particular cambiaron su semblante. Divididos en dos bloques enfrentados en una guerra no declarada y que sólo la disuasión convertía en incruenta, los europeos habitaban bajo dos ideologías, dependiendo de que su país hubiera sido liberado de los nazis por una o por otra. Los últimos días del III Reich se convirtieron en una frenética carrera entre aliados y soviéticos para ver quien llegaba antes a Berlín. Una vez derrotado el régimen nazi, los vencedores se repartieron, en la Conferencia de Postdam, el botín de sus conquistas y Europa quedó dividida en dos mitades.
Los dos bloques se reagrupaban militarmente en torno a la OTAN y el Pacto de Varsovia, quienes se declararon la Guerra Fría.
La diferencia entre ambos estaba en que los aliados occidentales eran arrastrados por la locomotora económica norteamericana, mientras que el bloque soviético tenía su centro en una URSS arrasada por la guerra y dirigida con mano de hierro por Stalin. Unas diferencias económicas que se mantuvieron hasta la caída del bloque comunista.
La República Democrática Alemana fue fundada el 7 de octubre de 1949 y durante los primeros años de postguerra la Unión Soviética confiscaba, en concepto de indemnizaciones de guerra, las producciones de los sectores de mayor productividad. Las políticas económicas implantadas en la RDA provocaron el exilio de cientos de miles de personas. El Muro se construyó para intentar frenar esa sangría.
La RDA se mantuvo en pie gracias a un inmenso aparato represivo, asentado sobre el Servicio de Seguridad del Estado, más conocido como la Stasi. Esta institución, nacida en 1950, fue el aparato de espionaje y represión más eficaz del este de Europa superando en sus logros incluso al KGB soviético. Gracias a su medio millón de "colaboradores no oficiales" -personas a las que la supervivencia les llevó a denunciar a padres, hijos, cónyuges y compañeros-, la Stasi pudo organizar purgas, controlar a los grupos religiosos y eliminar todo tipo de disidencia.
La pesadilla acabó aquel 9 de noviembre y no sólo en la RDA ya que la caída del Muro de Berlín precipitó los acontecimientos en los demás países del este. Al día siguiente de la revolución berlinesa, un golpe dentro de la dirección del partido comunista búlgaro, alentado por Gorbachov, derrocó al viejo líder Todor Yivkov y llevó al poder a Petar Mladenov, un reformista que inició el camino hacia la democratización del país. No obstante, el primer gobierno no comunista en Europa Oriental se formó tras las elecciones de junio de 1989 en Polonia, tras las que se formó un gobierno presidido por el dirigente de Tadeusz Mazowiecki, dirigente de Solidaridad, que propiciaría la llegada a la presidencia de Lech Walesa.
El régimen checoslovaco, tras un último intento represivo contra una manifestación estudiantil, el 17 de noviembre, se derrumbó con enorme facilidad. La denominada Revolución de Terciopelo llevó a fines de diciembre a la presidencia del Parlamento al héroe de la Primavera de Praga, Alexander Dubcek, y a la jefatura del gobierno a Vaclav Havel, un famoso disidente anticomunista.
A finales de noviembre de 1989 se celebró en Hungría el referéndum llamado de los 4 síes, clave en la transición húngara, pues con él los partidos democráticos de la oposición evitaron la elección del dirigente comunista más reformista, Imre Pozsgay, como presidente del país. Con ello cambió el ritmo de la transición política de Hungría y se dio paso a las elecciones de marzo de 1990, en las que los comunistas perdieron todos los puestos importantes en el poder. Para noviembre de 1989, el cambio en Hungría había sido pactado entre los gobernantes comunistas y la oposición democrática, y ya contaba con un calendario definido, con elecciones previstas para la primavera del siguiente año.
En Rumanía, la transición adquirió tintes violentos. El 21 de diciembre de ese mismo año, el conducator Nicolae Ceaucescu se encontró con que una manifestación para glorificarle se convertía en una dura protesta popular. En ese momento estalló una insurrección preparada por diversos cargos del Partido Comunista y apoyada por el Ejército y el pueblo. Tras vencer la resistencia de la Securitate -la temida policía secreta del régimen-, Ceaucescu y su mujer Elena fueron apresados en su intento de huida, juzgados sumariamente y ejecutados el 25 de diciembre. La revolución rumana, que causó cerca de dos mil víctimas, puso fin al ciclo revolucionario de 1989 en la Europa oriental.
Los ecos de la perestroika también llegaron a China y en 1989 una oleada de protestas, principalmente protagonizadas por estudiantes, recorrió la geografía china. La Primavera de Pekín floreció y el 20 de mayo de 1989 la situación estaba fuera del control de las autoridades comunistas, más de un millón de manifestantes llenaron las calles. El 29 de mayo, los estudiantes demócratas erigieron una estatua en la plaza de Tiananmen a la Diosa de la Democracia. Al contrario que en Moscú, en el PCCh perdieron los partidarios de la negociación y se impusieron los defensores de la represión. El 3 de junio de 1989, unidades militares del Ejército aplastaron la revuelta.
En Alemania, con el Muro reducido a escombros, el 18 de marzo de 1990 se realizaron las primeras elecciones libres en la RDA en las que triunfó la coalición que proponía una rápida reunificación, denominado Alianza pro Alemania (Unión Cristiana Demócrata, Despertar Democrático y Unión Social Alemana). A finales de agosto se firma el Tratado de Unificación, por el cual la RDA se adhiere a Alemania Federal y se declara capital de la Alemania unida a Berlín. Anteriormente, entre junio y julio, se habían celebrado las conversaciones Dos+Cuatro, esto es las dos Alemanias y las cuatro potencias aliadas de la Guerra (Gran Bretaña, EE.UU., URSS y Francia). Se dispuso que las potencias cederían nuevamente la plena soberanía a Alemania, cuando alcanzara la unificación.
La unión llenó de alegría los corazones pero vacío los bolsillos de los alemanes. El coste de la reunificación ha sido una pesada carga para la economía alemana y ha contribuido a la ralentización de su crecimiento en los últimos años. Los costes de la reunificación se han estimado en un importe que excede 1,5 billones de euros debido a la debilidad económica del este. Para afrontarlo se creó el suplemento de solidaridad, un impuesto con el cual, desde 1991, financia la reconstrucción del este. Como consecuencia de la reunificación, la mayor parte de la anterior RDA fue desindustrializada, provocando una tasa de desempleo de alrededor del 20%. Desde entonces, cientos de miles de alemanes han continuado migrando a occidente para buscar trabajo, provocando una sensible pérdida de población, en especial, entre las profesiones de alta cualificación.
Veinte años después la tasa de paro en el este se sitúa cerca del 13%, mientras que en el oeste, no llega al 8%. No obstante el descenso del paro también obedece al descenso de una población activa que opta por la emigración para buscar una salida laboral. Los expertos calculan que hasta dentro de diez años no se llegará al 80% de convergencia entre ambas alemanias.
La reunificación alemana fue un importante empujón para avanzar hacia los Estados Unidos de Europa, algo que se materializó en la llegada del euro, las sucesivas ampliaciones y la constitución de la UE. No obstante, aquella idea ha perdido impulso ya que los actuales líderes europeos se contentan con las medidas económicas.