Es posible que cualquier día vuelvan a encontrarse en alguna cadena de televisión con las tres películas de Sissi -’Sissi’, ‘Sissi, emperatriz’ y ‘El destino de Sissi’- rodadas en la década de 1950 en torno a Isabel de Baviera, emperatriz de Austria-Hungría. El fenómeno no sólo nos afecta a nosotros, porque en la propia Austria se proyectan todos los años por Navidad con la misma fidelidad que aparece ‘El murciélago’ en el escenario de la Ópera de Viena.

Doy por seguro que el lector conoce estos endulzados títulos que, a lo largo de los años, han dado un dineral y popularizaron a sus protagonistas. No obstante, todo lo que se presenta en pantalla es falso. Tan sólo el carácter agrio y autoritario de la archiduquesa Sofía, madre de Francisco José, se ajusta ligeramente con la realidad. El resto lo podía haber filmado Disney en su primera época.

Ni Sissi era tan inocente y cándida como se dice, ni su marido era un ejemplo de gobernante. Todos los personajes del entorno parecen salidos de una opereta, pero sobre todo la protagonista femenina, Isabel de Baviera, una mujer que vivió esclava de su cuerpo, de espaldas a la realidad y sin contar con la simpatía del pueblo.

Se casó con 16 años con un muchacho que había heredado el trono de Austria-Hungría cuando empezaba a aflorarle la barba y el país salía de una revolución duramente reprimida. Seguía las directrices de su madre, “el único hombre del palacio imperial” como decían las lenguas viperinas, e implantó un régimen autoritario en desacuerdo con su esposa, por lo que la vida de esta en palacio llegó a ser triste y amarga -a pesar de los dulces que diariamente le mandaban desde la inmediata pastelería Demel, que aún se mantiene en la Kohlmarktstrasse-.

La imagen de la emperatriz austro-húngara que dio el cine no tiene nada que ver con la realidad

Sissi rechazaba los pasteles porque quería seguir manteniendo sus 49 centímetros de cintura. En realidad, nunca sobrepasó los 50 kilos y eso que medía 1,72 metros de altura. Sus grandes preocupaciones llegaron a ser su propio cuerpo, la equitación y los viajes. 

Una de sus primeras disposiciones al llegar al palacio imperial fue montar un gimnasio con toda clase de utensilios para su uso personal. Es más, tomó al pie de la letra la leyenda de que subir y bajar escaleras es un buen ejercicio para adelgazar. El personal del Hofburg se acostumbró a verla subir y bajar las escalinatas a toda velocidad. Curiosamente, una de las personas mejor pagadas de palacio era Fanny Angerer, su peluquera, que se pasaba interminables horas al día cuidando la larga cabellera de la emperatriz, que le llegaba hasta los tobillos.

Sissi no tardó en darse cuenta de que aquel edificio, con todo lo que significaba, no estaba hecho para ella. La frescura que disfrutó con Francisco José cuando le conoció no tuvo continuidad a su llegada a Viena. 

¿Merecía la pena batallar continuamente con su suegra? ¿Por qué no podía disponer de su marido ni un solo momento al día? Se consideraba nula en un entramado en el que no se le dejaba opinar. En resumen, ¿qué hacía una mujer amante de la libertad en una de las monarquías más absolutistas que tenía Europa?

Francisco José, emperador de Austria-Hungría. Archivo

Ante esta imposibilidad, Sissi optó por pasar de todo y de todos entregándose a su aspecto físico, a sus jaquecas que le permitían seleccionar la asistencia a unos actos o a otros, y recorrer el Mediterráneo que, a su juicio, era el remedio de todos sus males. La relación marital también se fue enfriando y más que se deterioró cuando su hijo, el príncipe Rodolfo, muy parecido en carácter a ella, apareció muerto en Mayerling junto a su amante María Vetsera dejando en el aire la sucesión directa al trono.

Rodolfo fue una de las grandes pesadillas de Francisco José a partir del momento en que el sucesor a la corona confesó a su padre que no aprobaba su sistema de gobierno en muchos puntos, sobre todo en los relacionados con la libertad que debía tener el pueblo. Tal planteamiento hizo temblar el palacio imperial. Para colmo, se había casado con Estefanía de Bélgica a la que dejó estéril tras contagiarle una enfermedad venérea. Es muy probable, que, en la intimidad, el emperador llegara a renegar de su único hijo varón. Y llegó la tragedia que motivó la pregunta que se hicieron los vieneses en todos los corrillos: “Lo de Mayerling, ¿fue un suicidio ‘a dos’ como se nos ha dicho o un crimen de Estado?”.

Sissi le elige una amante a su marido

Los rumores llegaron a oídos de Sissi. Se ignora si realmente ella conocía la respuesta correcta, pero, incluso, si esto no fuera cierto, tuvo que ser traumático para una madre verse mezclada en semejante complot. Todo este estado de cosas le sacó de quicio. Alegando que la brisa del Mediterráneo le vendría muy bien a su delicada salud, la emperatriz se alejó de la corte vienesa para refugiarse en una finca de la isla griega de Corfú, a la que bautizó como Villa Aquileion en honor a su admirado héroe homérico. 

A partir de ese momento cambió totalmente de costumbres: nada de pomposos actos sociales y ninguna foto más de su rostro. Para algunos observadores, aquella decisión encerraba algún sórdido misterio. ¿Conocía la verdad de lo que había ocurrido en Mayerling? ¿Se sentía avergonzada por algo que pudo pasar?

La emperatriz Isabel llegó a encerrarse en un mundo propio que le iba alejando de sus compromisos cortesanos y de su marido. Francisco José buscó cobijo en otros brazos femeninos, pero no me atrevería a decir que le puso los ‘cuernos’ a su esposa, porque, en realidad, fue ella quien le presentó a su sustituta.

Katharina Schratt, tal era su nombre, tenía quince años menos que Sissi y actuaba en el Burgtheater de Viena. Allí es donde Francisco José le conoció y a partir de ese momento no hacía más que hablar de ella. Una tarde la pareja real acudió al teatro para asistir a la representación de ‘La fierecilla domada’. Acabada la actuación y como era costumbre, los principales intérpretes subieron al palco imperial y saludaron a sus egregios ocupantes. “Cuando le presenté a Katherina y vi sus ojillos chispeantes me di cuenta de que se había enamorado. ¿Por qué? Porque la misma mirada me la puso cuando se enamoró de mí”.

Katharina Schratt.

Katharina Schratt. Archivo

Por cierto, cuando visiten Viena y acudan al Bughtheater, observen el telón exterior del escenario, porque quien encarna a Talía, la musa de la comedia, es la mismísima Katharina Schratt.

El marido de Sissi cayó en las redes de Katharina como un parvulito. Se cartearon diciéndose cosas bonitas, pero Francisco José era consciente de que él ya no estaba para muchos trotes. Como le gustaba su compañía, le puso un piso cerca del palacio de Schönbrunn y un palacete en un lugar discreto. Sissi, consciente de todo ello, decía a todos que Katharina era amiga suya, tal vez tratando de encubrir la actitud de su esposo.

A falta de felicidad...

No se puede decir que la vida de Isabel de Baviera fuera de color de rosas tal y como lo plantea el cine: perdió a Sofía, su hija mayor, cuando tenía 2 años de edad; su hijo Rodolfo murió en Mayerling en extrañas circunstancias; su querido primo Luis II de Baviera apareció ahogado en el lago Starnberg; su hermana Sofía murió abrasada en el incendio del Bazar de la Caridad de París; Maximiliano, hermano de Francisco José, fue ejecutado en México a manos de los rebeldes de Juárez…

Isabel de Baviera le presentó una actriz a su marido a sabiendas de que acabaría siendo su amante

Son aspectos que no se tuvieron en cuenta cuando se rodó la edulcorada trilogía cinematográfica. Tampoco el triste final de su historia, cuando, estando en Ginebra, se le acercó el anarquista italiano Luigi Luccheni y sin motivo alguno le asestó una puñalada mortal en el corazón. Así murió una de las mujeres más fascinantes de Europa, una emperatriz que iba contra su propio imperio. Fue entonces cuando Francisco José, su esposo, se dio cuenta de cuánto la amaba. La lloró dieciocho años más, hasta su muerte. Quien empezó a llorar entonces fue Europa con el estallido de la Primera Guerra Mundial.