La aprobación del Estatuto Vasco de Autonomía y la constitución del Gobierno vasco en octubre de 1936, casi tres meses después del golpe militar y en plena guerra, hizo que el nuevo gobierno se hiciera responsable de la sanidad de sus habitantes. Fundaron la primera Facultad de Medicina y la Escuela de Enfermería del País Vasco en el Hospital de Basurto. Organizaron hospitales de sangre para los heridos, la evacuación de los gudaris heridos a Francia y de los niños hospitalizados en Gorliz a Calé, en el norte de Francia. Además, proporcionaron medios de salida a la población civil mientras los gudaris aguantaban la embestida del ejército sublevado, sabiendo que sólo ganaban tiempo para que pudieran escapar.
Al finalizar la guerra en Euzkadi, en julio de 1937, la protección continuó en Francia hasta que fue ocupada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. La atención recibida por la población vasca fue modélica. Los hospitales de retaguardia del Abra estuvieron en funcionamiento desde noviembre de 1936 hasta el 15 de junio de 1937, fecha en la que todas las infraestructuras fueron desmanteladas y trasladados los mutilados de guerra al balneario de Molinar, en Karrantza. Allí se organizó el hospital quirúrgico más cercano a la línea de fuego, después de la caída de Bilbao. Estuvieron allí hasta que el Estado Mayor organizó la expedición de mutilados de Guerra de Euzkadi a Francia. El doctor Román Pereiro Jáuregui fue nombrado jefe de la expedición. Junto a él, como enfermera, siempre estuvo su hija Isabel Pereiro Etxebarria.
El pueblo, previniendo lo que iba a suceder, había comenzado a abandonar Euzkadi Sur y se estaba refugiando en Euzkadi Norte. Por su parte el Gobierno vasco había fletado treinta barcos para realizar la evacuación. A partir de mayo de 1937, siendo consejero de Sanidad Alfredo Espinosa, se organizó la acogida de cien mil refugiados en Euzkadi Norte. Se procedió a la vacunación, desparasitación y a la creación de una ficha médica de cada uno de ellos.
Alfredo Espinosa fue fusilado el 24 de junio de 1937, haciéndose cargo del Departamento Eliodoro de La Torre.
En agosto de 1937 zarpó del puerto de Santander el buque Bobie con cuatrocientos heridos y mutilados. Este fue el único viaje de los programados ya que el pacto de capitulación con los italianos no fue respetado por Franco. Los heridos siguieron llegando en pequeñas embarcaciones desde Santander y Asturias. Su primer destino fue Saint-Christau hasta que fue debidamente acondicionado La Roseraie.
Nueve días después de la caída de Bilbao, el consejero de Asistencia Social, Juan Gracia Colás, firmó un contrato con la empresa Hotellerie Exploitation para el alquiler de lo que había sido un lujoso hotel llamado La Roseraie en Biarritz. El precio a pagar fueron cien mil francos. Se adecuó el edificio sin cambiar su aspecto y se especificó que el uso iba a ser para un hotel. Con posterioridad se fue renovando el contrato, siendo el arrendado La Liga Internacional de Amigos de los Vascos. El hospital funcionó con la autorización de la Subprefectura de Baiona y del Sindicato Médico del País Vasco Continental. Eliodoro de La Torre nombró como director a Gonzalo Aranguren Sabas, quien ejerció sus funciones hasta que previniendo que el ejército alemán iba a ocupar Francia, abandonó el país, trasladándose a Venezuela.
En agosto de 1937 los heridos ocuparon tres plantas. En septiembre ya funcionaban dos quirófanos con su material quirúrgico y en marzo de 1938 se abrió la cuarta planta para dar acogida a la población civil y a un servicio de maternidad.
Cada servicio estaba dirigido por un responsable. Cirugía General, Gonzalo Aranguren; Ginecología y Maternidad, Ángel de Aguirretxe; Medicina General, Román Pereiro; Dermatología, Ignacio Garigorta; Urología, Francisco Pérez Andrés; Otorrinolaringología, Luís Astorki; Odontología, Nikolás de Otxandiano; Oftalmología, Luís López de Abadía; Análisis, José Luís Galeano; Masajes, Julián Badiola; además de estos jefes de servicio había una enfermera jefa, María Teresa Calcedo, trece enfermeras tituladas, siete auxiliares, seis camilleros, ocho personas de servicio, tres para la ropa blanca y costura, cuatro administrativos en la oficina, catorce para la cocina y cuatro para el comedor, siendo todo este personal vasco.
Departamentos modélicos
El servicio de cocina era excepcional. Del presupuesto de 2.018.000 francos correspondiente al año 1938, 784.000 fueron destinados a comida. Los facultativos consideraban importante que los residentes comieran bien ya qué la mayoría llegaron después de haber pasado por situaciones tremendamente penosas. Un departamento modélico fue la Maternidad y el servicio prenatal. Las mujeres vascas embarazadas tuvieron a su disposición un servicio de seguimiento de sus embarazos, moderno y de gran calidad. El servicio atendió 143 nacimientos, siendo el último el 15 de junio de 1940. Únicamente hubo tres partos fallidos.
En los archivos municipales de Bidarte figuran 56 fallecidos, que fueron conducidos a hombros por sus compañeros hasta el cementerio situado junto a la iglesia, donde eran saludados militarmente. Cada tumba tenía su estela funeraria.
La Roseraie fue mucho más que un hospital. Fue una escuela, unos talleres donde aprender, un lugar de trabajo, de esparcimiento y sobre todo un lugar donde vivir y donde olvidar los horrores de la guerra. Bajo la dirección de Antonio Goenetxea se creó un taller de reeducación para poder adaptar a los mutilados a profesiones aptas a su capacidad y poder reintegrarse en la sociedad. A finales de 1938 eran 142 las personas que acudían a los talleres. Se repartían en la fábrica de alpargatas, zapatería, talla de madera, ebanistería, mecánica, grabado, joyería, carpintería, material ortopédico, cestería y electricidad. Trabajaron para el exterior, siendo las alpargatas uno de los productos más demandados por el mercado francés.
En enero de 1938 se formó un coro compuesto por 75 miembros dirigidos por Gregorio Urbieta. Fue conocido con el nombre de Eresoinka eran asiduos en las celebraciones festivas y religiosas de Bidarte. Sus voces procedían de una patria vencida, pero representaban a un pueblo con tradición.
El pueblo vasco es de los que emigra con sus creencias, por lo que también fue atendida su vida religiosa por el capellán Txomin Onaindia. En septiembre de 1938 recibieron la visita del Lehendakari José Antonio Aguirre, hecho que fue recordado en su libro De Gernika a Nueva York pasando por Berlín.
Comenzada la Segunda Guerra Mundial, en el momento en que Inglaterra y Francia declararon la guerra a Hitler, el Gobierno vasco se puso del lado de los Aliados. Desde hacía un tiempo se veían venir los acontecimientos por lo que algunos de los mandos prepararon su salida de Francia. En la dirección del hospital, sobre todo al cargo de las deudas, quedó el doctor Román Pereiro Jáuregui. Nacido en Bilbao el 9 de agosto de 1887, estudió la carrera en Zaragoza. Ejerció su profesión en Algorta a donde llegó soltero y se alojó en la casa del cura párroco. En 1908 se casó con Isabel Etxebarria en la parroquia de San Nicolás de Algorta, donde también fueron bautizados sus nueve hijos.
Gozaba del prestigio y cariño de todos sus pacientes, que eran muchos. Nunca se le conoció una posición política. Él acudió a la solicitud que le hizo el Gobierno vasco.
En su vida se cruzó la denuncia de otro médico. Fue juzgado en rebeldía y condenado a pagar una multa de 175.000 pesetas de la época. A pesar de todo, nunca olvidó la palabra que él le había dado a Alfredo Espinosa. Se hizo cargo de la dirección de La Roseraie sabiendo que aquello iba a tener un final y no iba a ser el más feliz. Pagó la deuda de la lavandería entregando la ropa blanca y la de la farmacia del señor Pradier con instrumental médico.
El 25 de junio de 1940 con una presencia de ánimo encomiable, entregó las llaves del Hospital La Roseraie al mando del ejército alemán. Tuvo que estar presente y ver cómo se arriaba la ikurriña para ser izada la bandera de la cruz gamada.
Una decisión muy arriesgada
Los alemanes solicitaron sus servicios profesionales a lo que educadamente se negó. Consideraba que hacerlo era traicionar a Francia, que había acogido al pueblo vasco, a su pueblo. Su decisión fue muy arriesgada. Por mucho menos, podía haber terminado sus días en un campo de exterminio.
Todos los que habían podido habían vuelto a Euzkadi Sur. Su hija Isabel se marchó a Venezuela tras la liberación de Francia cuando se restablecieron las comunicaciones con otros países. Entonces conoció la triste noticia del fallecimiento de su novio, piloto de la RAF inglesa. Biarritz fue testigo de los solitarios paseos del Dr. Pereiro por encima de la playa. Se mantuvo allí hasta que él mismo se diagnosticó una enfermedad cancerosa. La enfermedad fue lo que le hizo cambiar y volver a Algorta con los suyos. Nunca volvió a estar la familia reunida con sus nueve hijos. La misa mayor del domingo fue la oportunidad de encontrarse con el pueblo algorteño. Ocho meses después falleció en Algorta a la edad de 70 años, el 8 de julio de 1948. José Olivares Tellagorri en un libro titulado Las horas joviales le dedicó un cariñoso capítulo titulado “Un maestro de conductas”. Porque fue una gran persona, un buen médico, y un maestro de conductas.