Hay quien estima que la plantación del pino en Landas durante los siglos XVIII y XIX, desde el decreto napoleónico de 1857, mejoró la salud pública y contribuyó ampliamente al desarrollo económico, social y cultural del territorio. Precisamente, aquellos pinares fueron lugares de esperanzadora prosperidad, para una segunda vida en democracia, para los gudaris del Ejército de Euskadi que se exiliaron a Iparralde y el departamento de Aquitania citado, así como el de Gironda.

Dio cuenta de todo ello el miembro del Euzkadi Buru Batzar y de la Comisión de Enseñanza Primaria en la Sociedad de Estudios Vascos, Eli Etxeberria. Lo hizo en una cuidadísima memoria de Euzko-Anaitasuna, con una carátula dibujada a mano excepcional, en la que se lee “junio-diciembre de 1938”, y firmada el 1 de enero de 1939 en Villa Endara (Angelu, Lapurdi).

Etxeberria incluye un precioso mapa realizado sobre papel cebolla y una “relación de pueblos donde hay patriotas trabajando en los pinos”, detalla. Fueron, según los datos del jeltzale un total de 300 gudaris bien que habían logrado pasar por el fin de la Guerra Civil o –como detallará más adelante– que en los primeros compases de la guerra escaparon de las batallas de Irun y Donostia, siempre según valoraciones del firmante. Etxeberria amplía el número a 700 personas que hacían esta misma labor en 23 localidades de Landas y en ocho de Gironda. Los centros de agrupación de estos empleados estaban en Arcachón, Pissos, Escource y Morcens.

Dantzaris de los refugios vascos al otro lado de la muga.

“El número de gudaris que apremiados por la necesidad se habían refugiado en pueblos de Landes y Gironde para acogerse al duro trabajo de los pinos no era precisamente tan elevado como lo suponía el rumor general”, valoraba el guipuzcoano. A su juicio, la cantidad de hombres “controlados” era de 700, y de ellos 300 habían participado en la guerra “en batallones movilizados por el Gobierno de Euzkadi. Había 230 incluidos en edad militar, pero huidos de nuestra patria tanto a la caída de Irun como a la pérdida de Donostia. El resto no los pudimos clasificar”, testimoniaba.

Contingencia

Aún en España no había acabado la guerra y el Gobierno vasco fue considerado ejemplar a la hora de estructurar el exilio en Iparralde y Francia. La memoria pormenoriza cuántos pantalones tenía cada vasco. Lo mismo camisas, calzoncillos, calcetines y ropa interior y el estado de cada uno de ellos. Todo iba cogiendo forma, cotidianeidad, pero no se preveía la Segunda Guerra Mundial ni la llegada de la Alemania nazi, así como tampoco se daba por sentada la continuidad del trabajo en los pinos. “Las noticias que se venían recibiendo a la sazón eran verdaderamente pesimistas”. A juicio de Eli Etxeberria, el trabajo era ingrato y no lo suficientemente remunerado, pero permitía ir viviendo a buen número de jóvenes, mientras otras soluciones pudieran ser estudiadas.

La memoria ilustra que durante dos años se había laborado mucho y que “la madera no tenía salida”. A ello se suma que los patrones de las máquinas que utilizaban no querían manipular en verano esta especie de árbol por la resina que desprende. “No querían trabajar ni a mitad de jornal”, apostilla Etxeberria, quien hizo el “censo de los muchachos” y visitó sus lugares de oficio.

Euzko-Anaitasuna valoró qué cambios realizar en el caso de que el paro forzoso llegara a ser una realidad. “No fue así, afortunadamente, pero las precauciones estaban tomadas”, comunicó. Se trataba de ubicar “cuatro centros principales de parados para establecer en ellos repúblicas a base de proporcionarles casa pagada, gastos de instalación y cinco francos por parado y día para alimentación”. El informador dio cuenta de todo ello al histórico comandante de gudaris Pablo Beldarrain.

Eli Etxeberria especificaba en la memoria que el resto de gudaris diseminados por otras zonas de Francia estaban atendidos con un subsidio. “Solamente me resta hacer constar al respecto que queda aún un número de jóvenes no muy grande afortunadamente, que arrastran una vida irregular, sin que quieran acogerse a nuestros refugios o repúblicas”, lamentaba. Los calificaba de “indigentes recalcitrantes que prefieren cargar con su miseria a las espaldas, a cambio de una libertad mal entendida, antes que someterse a la disciplina de un Reglamento, siquiera tan benévolo y acogedor como el de Euzko-Anaitasuna”.

Refugios

Un estudio del investigador de la Universidad de Limoges-EHIC, Jesús J. Alonso Carballés, complementa esta excelsa memoria. En El primer exilio de los vascos 1936-1939, el autor explica que el PNV creó la organización asistencial Euzko-Anaitasuna, dirigida a la atención de los refugiados nacionalistas a través de subsidios y ayudas, pero también organizó una docena de refugios y colonias, instalados mayoritariamente en diferentes localidades de los Pirineos Atlánticos y de Landas.

En su documento mecanografiado e ilustrado con 40 fotografías, Eli Etxeberria informaba de que el número de subsidiarios vascos era de 1.700. De ellos, 1.285 eran del PNV, 200 simpatizantes de este partido y 150 solidarios no afiliados. De ANV eran 50, de EMB 10 y de otras ideologías 5. El portavoz de la organización citaba incluso las comidas de cada día, los horarios de trabajo, o el reglamento interior de las residencias, en las que se cumplían diecinueve artículos. Las mujeres vascas residían juntas en una villa. En este proyecto de solidaridad vasca también formó parte, según califica este miembro del EBB, “el prestigioso gudari Jefe de Milicias Vascas José María de Antzola” como administrador durante un tiempo.

La Segunda Guerra Mundial hizo volar por los aires toda organización y la necesidad de buscar un nuevo y forzoso exilio ya que Hegoalde sufría bajo la dictadura de Franco.