El brutal impacto, sobre todo debido al elevado coste en vidas humanas, del paso de la dana por el noreste peninsular y fundamentalmente en la Comunidad Valenciana ha supuesto un shock colectivo en todo el Estado que tardará tiempo en superarse. El altísimo número de fallecidos, la gestión anterior, durante y posterior al paso de un fenómeno atmosférico especialmente extraordinario, el caos casi absoluto generado en amplias zonas y municipios, la destrucción total o parcial de viviendas, servicios de todo tipo e infraestructuras y, en general, la situación de crisis que está padeciendo la población de estas zonas en los últimos cinco días deben llevar, tras este shock inicial, a una profunda reflexión alejada del ruido político interesado y del aprovechamiento populista que algunos sectores, en especial la derecha y la ultraderecha, están intentando ejercer de manera miserable. Tiempo habrá para ello, con todos los datos y decisiones adoptadas por unos y otros encima de la mesa, y, por descontado, para depurar responsabilidades, si las hubiera. De momento, con más de 200 muertos y decenas de desaparecidos y con un ingente trabajo por delante para lograr un mínimo de normalidad, las prioridades son otras. Por supuesto, la búsqueda y rescate de posibles supervivientes de la tragedia, la recuperación de todos los cuerpos de personas fallecidas y su identificación, el suministro de comida y agua y de los servicios médicos y sanitarios básicos para las poblaciones más afectadas, la limpieza de las vías de acceso y de las calles y la restauración de infraestructuras estratégicas como el transporte por carretera y ferroviario. Una labor gigantesca y abrumadora para la que se precisa de toda la ayuda disponible frente a la sensación de desamparo de los damnificados. Como ocurriera en Euskadi en las inundaciones de 1983, miles de voluntarios y voluntarias se han apresurado a colaborar de manera desinteresada sobre el terreno en todo lo que sea necesario, superando todas las expectativas e incluso ignorando las contradictorias indicaciones de la Generalitat valenciana y paliando en cierto modo el caos organizativo y la evidente falta de previsión y medios y también la lamentable ausencia de coordinación institucional. Es de esperar que este desconcierto y desorganización den paso a una imprescindible colaboración que los damnificados exigen y merecen.
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