SOLO un deterioro precipitado de la salud de Joe Biden o un dramático giro en los procedimientos judiciales que rodean a Donald Trump podrían ser impedimento para que ambos se enfrentasen de nuevo al escrutinio de los votantes estadounidenses en disputa de la próxima presidencia del país. Este propio hecho es indicativo de un estado de cosas preocupante en materia de liderazgo de la primera potencia económica y militar del mundo. Si el octogenario candidato demócrata ha dado muestras de fiabilidad en la gestión de situaciones de afectación geoestratégica y económica global, el republicano –que también concluiría un eventual mandato con 82 años– se ha acreditado como un factor desestabilizador de las relaciones internacionales durante su primera experiencia al frente de la Casa Blanca. La inestabilidad parece que volverá a ser el marco general del ciclo 2025-2028 y, por muy sorprendente o incluso decepcionante que pueda resultar, será el escenario que habrá que transitar. La perspectiva europea de ese entorno tendrá que acometer los escenarios consecuentes de cualquiera de las dos opciones. Trump conlleva el riesgo de desestabilización de las relaciones comerciales, un uso partidista de la geoestrategia global a través de la ruptura de compromisos internacionales tanto políticos como de seguridad, tanto ambientales como de fair play comercial. Biden puede significar, a su vez, un atasco en la fluidez de la toma de decisiones que trascienden el ámbito estadounidense mientras persista la mayoría republicana en el legislativo y este se convierta en una trampa en la que se atasque cualquier iniciativa de perfil social y compromiso exterior. Pero quizá el más preocupante de todos los escenarios sería que una nueva victoria electoral de Donald Trump supondría el blanqueamiento social y político de su actitud conspirativa, del uso sistemático de la manipulación de un concepto autoritario y patrimonialista del poder y de la incitación a desacreditar y desobedecer a las instituciones y procedimientos democráticos cuando las mayorías representativas no están alineadas con sus intereses. El calado de esa amenaza, que es el fenómeno de populismo que se alcanza a la política en medio mundo, conlleva una auténtica agresión a los principios de convivencia y respeto que abriría una incierta etapa de posdemocracia.