EL presidente ruso, Vladímir Putin, dirigió ayer un discurso al país a dos semanas de las elecciones, lo que constituye una irregularidad democrática en sí misma, que se suma a la ilegalización de toda la oposición y el acoso físico que practica para controlar el país. Asumido que Rusia no funciona como una democracia, la interlocución y la escenificación europeas deben ser inteligentes. No fue acertado el mensaje del presidente francés, Emmanuel Macron, sugiriendo el envío de tropas europeas a Ucrania. Esa eventualidad no se producirá porque no está ni estará respaldada por una resolución de la ONU que la legalice y porque el carácter defensivo de los acuerdos internos y transatlánticos de los países de la Unión Europea (UE) y la OTAN no lo permite. En consecuencia, la retórica belicista de Putin no se combate con otra equivalente desde Occidente. Solo alimenta el victimismo del presidente ruso sobre la amenaza externa como mecanismo de control interno de la opinión pública y la represión de la disidencia. Lo utiliza como coartada para su militarismo expansionista y su declarada estrategia de reforzar la industria armamentista rusa. Es preciso tener claro que la previsible escalada de armamento en Europa no tiene su origen en una estrategia expansionista occidental, entendida en términos geoestratégicos o políticos, aunque sí en la intención de ampliar el espacio de estabilidad democrática. La respuesta agresiva de Moscú amenaza a las antiguas repúblicas soviéticas (con las bálticas, Moldavia o Georgia en primera línea) y a los países fronterizos (Finlandia). Es recurrente la amenaza nuclear y el sucesivo abandono de Rusia de los acuerdos de desarme prohibición de pruebas de armas atómicas. El marco de inestabilidad ha venido para quedarse y es preciso adoptar las decisiones que permitan convivir con él. No sería explicable que un tensionamiento similar al vivido durante la guerra fría tenga más impacto en el siglo XXI que el que tuvo en el XX. Por desagradable que resulte la tensión, no debe impedir el reforzamiento de las libertades, la democracia y un desarrollo social y económico equilibrados, que –con sus imperfecciones– son factores diferenciadores del modelo de la UE. Esa es la amenaza que ve el Kremlin por la experiencia del éxito de ese modelo sobre la autarquía soviética, de la que bebe el liderazgo de Putin.