LA primera sesión del pleno de investidura del candidato Alberto Núñez Feijóo nunca se concibió como un ejercicio de parlamentarismo propositivo que hubiese permitido valorar el modelo de gobierno que propone el presidente del Partido Popular. Núñez Feijóo acudió al Congreso con un buen discurso de los eslóganes, los mantras, que su partido ha sostenido desde su insuficiente triunfo en las elecciones generales. En ese sentido, fue previsible hasta el extremo de asumir anticipadamente su derrota, lo que redujo la ceremonia a un puro instrumento de autopromoción. Sin embargo, la derrota asumida en origen y el ambiente creado en torno a ella –tratando de escenificar en la calle lo que las urnas no le otorgó– reprodujo en el hemiciclo la misma sobreexcitación cuya retórica superó al propio presidente del PP, incapaz de contener a sus diputados ni en el aplauso ni en el insulto. Una lamentable exhibición de hooliganismo que mereció el reproche de la Presidencia de la Cámara. No había mimbres para construir otro escenario y lo reforzó el PSOE con la elección de la figura y el tono de su réplica. Núñez Feijóo llegó deudor de la expectativa del transfuguismo hasta el último minuto y tras haber construido una trinchera desde la que dividió las mayorías democráticas entre “la España fiel y los traidores” –en palabras de Isabel Díaz Ayuso–, que no son otros que las mayorías sociales de Euskadi y Catalunya. Una estrategia dialéctica populista de la división y la criminalización irresponsable del rival político. Un inútil festival retórico que pretende construir relato de espaldas a la realidad. El candidato fallido pudo hacer la base de su discurso sobre los cimientos de sus recetas para afrontar el tensionamiento de los servicios públicos, la protección de derechos y libertades, la recuperación de valores democráticos y la reactivación de la economía, como correspondería a un candidato presidencial. Pero su presumida formulación de pactos de Estado fue un mero brindis al sol tras apoyarse en un inverosímil relato en el que su fracaso pretendía ser elección propia. Núñez Feijóo no ha elegido no pactar sino que no ha sabido sacar a su partido del rincón en el que lo encontró. La interlocución fue imposible desde que asumió la visión nacional centralista y maniquea de la ultraderecha, la política fiscal del recorte y la renuncia a la protección social. Y por eso no será elegido presidente.
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